QUE HUBIERA SIDO DE…

 

El caso que voy a narrar, me lo contó mi padre, pasado el tiempo, llegado a mi madurez, quizás pensando que era el momento adecuado  de que alguien de su familia, supiera lo acontecido.

 Eran los primeros años de la llamada Guerra Civil. Momentos difíciles y crueles por los que atravesaba España. En Facinas también hubo su represión.

Mi padre, Cristóbal Cózar Valencia, por aquel entonces, Guardia Municipal de Facinas se debía a la Autoridad vigente, independientemente de quien fuera su representante en Facinas.

Ocurría con frecuencia  que hombres a los que se les calentaba la boca narrando diatribas políticas  no sopesaban en las graves consecuencias que podrían acarrear sus   inoportunas manifestaciones  que él mismo  había observado en vivo o simplemente porque se las había  oído contar a otros como es el caso que ahora desvelamos.

La historia se refiere a un hombre procedente de Zahara de los Atunes.

Muchos hombres del pueblo vecino que no eran marineros, solían frecuentar  nuestros campos, particularmente por lugares de Almarchal, La Zarzuela, Tahivilla, etc. buscando el sustento de su familia  haciendo peonadas en las tareas agrícolas, fabricando picón o trapicheando con el ganado.

El lugareño al que nos referimos  solía hablar en  favor de la República sin discreción   y sin intuir que sus palabras fuesen delatadas por cualquier siniestro vecino dispuesto a todo.

Y en efecto, alguien que le escuchó le denunció.  

Inmediatamente fue enviada una pareja de la Guardia Civil para que lo detuvieran.

Desconozco  el tiempo que estuvo arrestado, pero debió de ser muy poco.

Con un juicio fugaz y sumarísimo se decidió su fusilamiento el amanecer del día siguiente.

El cabo Vera, de la Guardia Civil, por no molestarse en avisar directamente  al Cura, gracias a Dios, llamó a  Cristóbal  para que se encargara de la incomodísima misiva (había orden superior de que antes de ajusticiar a los reos, se avisara al cura para el auxilio espiritual) pero como la hora establecida de los fusilamientos era sobre las 5 ó 6 de la mañana, al cura se le avisaba  la noche anterior.

Cristóbal que  tenía que nadar y guardar la ropa, ante el grave dilema que se le había presentado, guiado por su sana conciencia pensó:

 -Tienes que hacer algo para salvar a este muchacho-

Y le ayudó Dios. Se hizo el remolón, con el consiguiente riesgo que él mismo corría, y esperó a que pasara el tiempo. Se fue para la iglesia y esperó a que la puerta del patio estuviese ya cerrada.  Con mucho sigilo llamó con la intención de que el Cura no se enterase.

(Era una noche de una gran “levantera” de esas que se llevaba hasta las piedras).

Él había cumplido la orden.

Luego se presentó al Cabo Vera diciéndole  que el cura no contestaba y que no quería insistir más.

Cristóbal le apostilló: -ya sabe Vd. las malas pulgas que tiene el Cura...

-Habrá que aplazar la ejecución porque tiene que asistirlo el Cura- contestó el Cabo Vera.

Ese amanecer lo pudo ver ese hombre gracias al Guardia Municipal de Facinas  Cristóbal Cózar Valencia:  MI PADRE.

Mucha alegría le dio a mi Padre cuando a mediado la mañana llegó la orden de cesar en los fusilamientos.

Se sintió satisfecho de haber salvado la vida de aquel pobre hombre.

         Aquel hombre en cuestión era Antonio Rivera, (Riverita).

Este señor, Antonio Rivera es padre y abuelo de grandes toreros:

Sus hijos, José Rivera (Riverita) y Francisco Rivera (Paquirri)

y sus nietos, los Rivera Ordóñez y Canales Rivera que yo recuerde.


 Aún vive felizmente.

Cristóbal había evitado la muerte de un hombre que iba a ser creador de una gran dinastía de toreros, quizás la más importante de la provincia de Cádiz, y que supuestamente continuará.

Así sucedió, así me lo contó y asi lo escribo

Facinas Julio 2007

Cristóbal Cózar Estévez