EL PADRE  FLORES Y ANTONIO GIL

 

Escribo esta anécdota o pequeña historia de un hecho que tuve la suerte de vivir, protagonizada por estos dos “monstruos” de la Humanidad y digo “monstruos” en el sentido del gran espíritu de servicio al prójimo (especialmente a los más necesitados) que adornaba a los que fueron amigos entrañables, Manolo y Antonio. Para mí, dos santos que, sin lugar a dudas, disfrutan juntos de las delicias del Cielo, porque no puede ser de otra manera.

Fui muy favorecido al conocer a Manuel Flores González, el padre Flores y casualmente, en la “mili” cuando ambos fuimos destinados de reclutas al campamento de Las Moscas para hacer la instrucción y jurar bandera.

Cuando pidieron un voluntario para ayudar la Misa me presenté y así comenzó mi relación de amistad que afortunadamente continuó cuando terminó el campamento porque él fue destinado de coadjutor a la parroquia de San Mateo y yo a la batería antiaérea en la Isla con autorización para trabajar en el banco.

Como era un “cachondo” desde el principio me llamó Excmo. Notario.Poco tiempo después fue nombrado párroco de Tahivilla y de ahí, la amistad con mi cuñado Antonio, que a la sazón trabajaba allí de practicante y cartero.

Años después fue destinado a San José del Valle y por último a Algeciras de párroco en El Carmen en la que, además de su actividad incansable en el apostolado, practicó la caridad, se entregó a los marginados y desarrolló, abierta y valientemente la justicia social de la Iglesia sin temor a prejuicios de cualquier índole porque, siguiendo a Jesucristo, lo que a él interesaba era AMAR a todos y especialmente a los pobres y en ese servicio lo sorprendió la muerte a muy temprana edad, en un accidente. 

A mi cuñado Antonio Gil yo siempre le admiré por muchas razones y, por supuesto, le quise como a mi hermano mayor y sé que este amor fraterno era correspondido, es decir, mutuo. De hecho el fue el que me dio autorización para mis relaciones con su hermana siendo muy jóvenes y permitió, de acuerdo con su madre naturalmente, que viniera a la grupa conmigo vestida con traje de gitana en la primera Romería del año 1943 (teníamos 15 años) Me lo demostró fehacientemente cuando comenzó a tener hijas y me ofrecí para ser padrino.

Me contestó: -Espérate porque Dios me tiene que dar un hijo macho que se llamará como el abuelo, Vicente Gil Gil y quiero que tú y mi hermana Pastora seáis los padrinos.

Cuando digo que siempre le admiré no era sólo porque le quería sino porque su afán de superación, espíritu de sacrificio, y de servicio a los demás, su altura de miras, responsabilidad y diligencia profesional e incluso su intrepidez a veces, eran dignas de encomio y admiración por cualquier persona ajena a lazos familiares.

Y tengo el testimonio de dos célebres médicos de Algeciras: el doctor Ramos Argüelles al que conocí cuando con motivo de la mortal cogida en la plaza de toros de Algeciras, le salvó la vida a mi compadre Emilio Oliva y después tuve el honor de disfrutar de su amistad. Y el doctor Chozas al que conocí y también disfruté de su amistad en sus frecuentes viajes a Chiclana, su pueblo natal y, por ende, paisano de mis hijos. Ambos se hicieron grandes amigos de Antonio y hablaban maravillas de él.

Pero antes de éstos, cuando aún no había obtenido el título de practicante, hubo otro doctor de Granada, D. Epifanio, el que creo era médico militar que también atendía a la población civil . Éste no es que solo estimara a Antonio sino que le llegó a querer como a un hermano menor. D. Epifanio y su esposa estuvieron a punto de caer en la drogadicción y fue Antonio con mucha paciencia y vigilancia permanente, no exenta de sacrificio, quién logró sacarlos.

Cuando se fue a ocupar su plaza de Granada iba totalmente liberado, y la amistad entre ambos duró siempre.

Si escribiera todos los testimonios que conozco necesitaría el libro gordo de Petete, así que sólo me voy a referir a un teniente de la Guardia Civil, de Madrid que estuvo en Facinas, y conociendo la clase de sanitario que era Antonio porque fue paciente suyo, le animó para que estudiara y él mismo hizo las gestiones en una academia que conocía homologada para el título de bachiller elemental, suficiente entonces para presentarse en la Facultad de Medicina. Nosotros, por supuesto también le animamos y nos ofrecimos para ayudarle. También en la casa del tío Chan en Madrid le dijeron que sería acogido con mucho cariño y que se decidiera. Y es que ya tenía dos hijas y por muy forjado que tuviera su acero -que lo tenía- era para pensárselo.

Pero siendo tan grande su vocación, ardía en deseos de ejercer la medicina y cirugía, ya que sería una gran satisfacción para su familia y mejoría económica para su hogar y por ello, sin dudarlo, se lanzó y consiguió el triunfo merecido. Cuando vino de Madrid con el título de bachiller, se presentó en la facultad de Medicina de Cádiz, expuso su caso y los catedráticos le pusieron a prueba en teoría y práctica –que había ejercitado mucho- y se quedaron maravillados y decidieron ayudarle para que pudiera alternar sus estudios con el trabajo de Facinas, hasta que obtuvo el título de Practicante en Medicina y Cirugía. 

Y escrita esta somera exposición-preámbulo, a mi juicio necesaria para que el lector tenga al menos una idea de lo que fueron los personajes, me dispongo a relatar el hecho:

Era domingo al medio día y nos encontrábamos Antonio y yo, como de costumbre, jugando una partida de mus en el bar de la casa, e inesperadamente se presentó el padre Flores en su pequeña motocicleta. Después del saludo, Antonio, intuyendo alguna anormalidad le dijo -Te veo raro, Manolo ¿qué te pasa? –Vengo a verte ¿tienes un momento? Y de inmediato, como era costumbre de Antonio, le pasó a la barbería contigua y me invitó, como siempre hacía porque sabía que me gustaba verle actuar. El padre Flores dijo que le costaba trabajo de hablar, le dolían los músculos, tenía fiebre y se notaba las mandíbulas muy pesadas, como encajadas.

Antonio que tenía un ojo clínico inconmensurable, súbitamente le espetó: -tú te has cortado o tienes alguna herida sin que me hayas dicho nada- Y le echó una bronca. A lo que contestó que se había caído de la moto hacía bastantes días pero que no le había dado importancia porque sólo fue una rozadura en una pierna. ¿Por qué no me lo has dicho antes? ¿por qué? ¿por qué? Me temo que has cogido el bacilo del tétano ¿no sabes que el contacto de una herida por sitios donde andan animales es muy peligroso? Y naturalmente, Antonio hizo que se la enseñara. Cuando la vio se vino de inmediato para el teléfono que estaba en el bar, llamó y le dijo a la telefonista que le pusiera urgentemente con un número de Algeciras que era el de su gran amigo, el doctor Fernando Ramos Argüelles, que no estaba en ese momento pero habló con un hermano que creo era practicante también y le expuso brevemente de lo que se trataba. Éste le dijo que se fueran a la mayor brevedad para Algeciras porque su hermano estaba localizable y les esperaría allí cuando llegaran.

Antonio me dijo que avisara a su mujer de lo que pasaba y que no le esperara para el almuerzo. Entonces tenía ya una moto grande, se subieron ambos y salió como un rayo camino de Algeciras y allí le esperaban los hermanos Ramos Argüelles con todos los antídotos habidos y por haber. El doctor dijo que habían llegado con el tiempo justo y el Padre Flores salvó la vida. Ojalá hubiera sucedo igual cuando ocho años después tuvo el accidente.

Y como colofón quiero testimoniar que estos dos grandes amigos a los que dedico este recuerdo que deseo sea un homenaje póstumo muy cálido, eran muy alegres y de ahí que ambos dedicaran sus vidas a los grandes oficios de la caridad porque la alegría más pura, más profunda y más permanente comienza en el instante mismo en que se promueve la felicidad de las otras personas, olvidándose de la propia felicidad.

Es la gran paradoja del amor cristiano que encuentra más dicha en dar que en recibir. Que tiene siempre un rostro dulce y alegre, no sólo por el gozo que produce el amor, sino también porque participa del consuelo que se lleva a los demás, especialmente a los marginados y más necesitados.

Y esto fue experimentado por Manolo y Antonio.

 

Juan Antº Notario Rondón