Dedico
este libro a mi marido,
a mis hijos y hermanos Me llamo Francisca García Fernández. Yo nací el 28 de agosto de 1932; tengo setenta y tres años y no me he peleado con nadie. De cara soy normal; ahora tengo muchas arrugas y de joven era guapa y delgada. Soy tranquila, me gusta hablar con todo el mundo y viajar. Vivo en el cortijo del Pedregoso con mi marido y soy ama de casa. Las tardes que puedo, voy a la Escuela de Adultos de Facinas. A los dos días de nacer, mis padres me trasladaron a la choza donde vivían, en la finca del Pedregoso, cerca de la presa del Almodóvar, donde mi padre trabajaba de carbonero. Al poco tiempo, mi padre pasó a ser empleado de la finca. Por eso, a pesar de que en nuestra infancia se desató la Guerra Civil y la posguerra, con todas las carencias que supuso para la mayoría de los españoles, en casa contábamos con lo más básico (pan, matanza, huertos y animales de corral). Ninguno de nosotros tuvimos escuela. Solamente los varones, en pocas ocasiones, contaban con un maestro rural, que tenían que pagar nuestros padres. He guardado muchos pavos y cabras, y he recogido leña allí donde hubiera. Todos los hermanos cuidábamos animales para ayudar a mis padres. Cuando nos hacíamos mayores, los varones se dedicaban a los trabajos propios de los alcornocales, como el carboneo y el descorche, y las hembras ayudábamos en la casa: además de cuidar los animales, hacíamos pan para el consumo propio y, en temporada de descorche, no parábamos de amasar para la cuadrilla de corcheros. Un trabajo bastante duro: cernir, recentar, amasar, encender y caldear el horno, arrimar la leña... Teníamos que llevar agua a cuestas con un cántaro en el cuadril, pues lavábamos la loza en barreños; y lavábamos la ropa en el arroyo. Yo he hecho este libro para recordar viejos tiempos, escribiendo mis recuerdos y vivencias. Lo he hecho con mucho quebradero de cabeza y con la ayuda de mis familiares. Me gustaría que lo leyera mi familia, especialmente mis hijos, y mis amigos y amigas. Contábamos con lo más básico Hemos sido siete hermanos y yo soy la cuarta. Todos nos hemos llevado bien, gracias a Dios. Un hermano mío dormía solo, mis tres hermanas dormían en una cama grande (que entonces se decía que era grande) y yo sola, en un colchón de sayo. Mi infancia y juventud no la he pasado ni bien ni mal del todo. He jugado mucho, he trabajado mucho. No teníamos agua en casa. Teníamos que calentar el agua en una olla y echarla en un baño. Ni servicio; de noche usábamos una lata y, de día, a los lentiscos. Gastábamos alpargata para todo; a los tres días se partía la suela y mientras servía la tela había que tenerla, ¡y te daban unos pellizcos! He dormido en colchones de paja de cebada, con unos bancos hechos de corcho y un cañizo encima, que hacía de somier. En la era había un empleado que tenía que repartir la paja. También llenábamos los colchones con farfolla o sayos de maíz (los sayos duraban más que la paja). ¡Venga a abrir la farfolla! Luego ya fueron de lana. El pan Para hacer el pan hay que cernir la harina, desleír la levadura, unir la harina con la levadura, añadir sal, puñearla, sobarla con los puños, y de ahí hacer las teleras de unos dos kilos. Se tapa la masa hasta que esté fermentada, una hora aproximadamente. Encender el horno y, cuando se ponga blanco, barrer el horno y meter el pan, hasta que pase el tiempo que le corresponde, según su peso (dos kilos, dos horas, más o menos). El pan se saca con una pala de madera. El corcho Para elaborar el corcho, primeros “se le hace el suelo al árbol”, que es quitarle el monte. A continuación el corchero saca el corcho del chaparro o alcornoque con un hacha. Después, el recogedor apila la corchas en un lugar cercano a la vereda, para poderlas cargar en los mulos. Los mulos lo llevan al “patio” (se llama patio al lugar donde puedan llegar los camiones). En el patio se pesa la corcha con un triángulo de donde se cuelga la romana, y una bandeja, que se llama plato. Todo eso es la “cabria”. Los camiones, después de pesarla, la cargan para llevarla a las fábricas, donde son clasificadas según su categoría por hombres especializados. El carbón
Nosotros no pasamos hambre, porque era el tiempo en que, los que llamaban “los prisioneros”, estaban haciendo la carretera a Los Barrios; la hicieron a pico y pala, los pobrecitos. Los presos venían de lejos, no eran gente de por aquí, y les vigilaban los soldados, y los jefes más gordos estaban en la cuadra que mi padre les dejó, para que vivieran allí. El economato era la cocina de mi madre; allí era donde traían la comida para envasarla y repartirla luego a los presos y a los soldados. ¡Ya tú ves, la cocina lo que era! Nosotros podíamos coger de todo: garbanzos, habichuelas... Me acuerdo una vez, ¡había un montón de naranjas! Nosotros tuvimos todas las naranjas que quisimos. Zarandrajo el viejo Los pobres prisioneros estaban esmayaítos. Había uno que tenía una manta encima, y a aquel se le veían los piojos por la manta. Nos divertíamos con cualquier cosa De pequeñas, jugábamos a pimpirigallo: “Pimpirigallo, monte a caballo; un cochinito, muy pelaíto, ¿Quién lo pelo? La pícara vieja que está en el rincón, comiendo gazpacho, con un cucharón”. Esto lo cantábamos encadenadas; cogiendo cada una un pellizco de su mano, y con la mano libre, un pellizco de la compañera. Y luego jugábamos a la rueda:
veinticinco por una hoja, Francisca el culo. veinticinco por una rosa, ¡Ay, mi culito, señorito! quien se ría va al cuartel, al cuartel se la llevó. Antes nos divertíamos con cualquier cosa: cuentos, bromas, pequeñas fiestas... Un acontecimiento festivo eran las matanzas, motivo de reunión de familiares y amistades. Desde chica, nos íbamos de fiesta todos los días festivos, andando unos pocos de kilómetros. También he ido a la feria de Algeciras, andando más de veinte kilómetros; diecinueve años tenía yo. Y por la mañana, a trabajar en lo que hubiera que hacer: ir a los pavos o amasar hasta cinco amasijos al día. La vida antes era muy diferente, porque no había nada la mitad de las veces pero, a pesar de todo, nos reíamos mucho y lo pasábamos estupendamente. Y la maldad que hay hoy, antes no la había. Yo recuerdo las nochebuenas que pasábamos, aquellas coplillas que cantábamos con las zambombas ¡y toda la noche haciendo buñuelos! Son ratos que no se olvidan tan pronto; aunque lo de ahora, de un día para otro se me olvida. Me gustaba mucho bailar el chacarrá, por eso estuve en un grupo de chacarrá, que aparece en la foto. Estas son algunas coplas de chacarrá que yo recuerdo especialmente: ¿Para qué
te pones flores,
Eres paloma torcaz, Tó el que le
pega a su pare Tenía que durar
una madre Hay coplas de Facinas y del Pedregoso: Mira si he corrido tierras, Mi padre y mi marido estuvieron de guardas en la finca Cuando yo era chica, en la finca del Pedregoso había tres guardas: mi padre, mi suegro y otro; por eso me crié yo allí. Los guardas lo vigilaban todo. Había entonces mucha gente en el campo: carboneros, gente rozando... Mi padre estuvo de guarda hasta que se jubiló, y mi suegro también. Antes había mucha necesidad. Unas personas ayudaban y otras eran malísimas. Había unos chiquillos de diez o doce años, de Juan Criado, que venían con una carguita de leña seca del campo, chorreandito de la lluvia, y el otro les tiraba la leña. Dicen que se venía hasta Los Tornos a acecharlos. Mi padre, que era guarda también, les decía, “¡venga, quítate de enmedio y llévate la leña!”. He tenido muchos pretendientes. Había uno que me gustaba, pero llegó mi marido, Ventura, y ya se acabó todo. Él trabajaba de lechero para Los Pinillos, que estaban entonces en el cortijo del Pedregoso. Yo me casé en 1952. Vine del Pedregoso a Facinas con los invitados en lo alto de un camión. Nos casamos y nos fuimos a Santa Genoveva, a una casa que había en un llano, y lo celebramos allí (por allí estaba la casa donde yo me crié, que la tiraron cuando se hizo el pantano). Cuando se acabó la celebración, cogimos andandito mi cuñada Isabel, Ventura y todos (mi suegra iba a caballo), y nos fuimos arriba, encima del pantano, que le dicen la Fábrica Vieja, donde vivía mi suegro. Al lado puse mi casa, que la hizo Ventura de piedra seca y techada de castañuela; un dormitorio y una chocita donde estaba la cocina. Estuve un año allí. A mi suegra yo la quería mucho, y para mí era muy buena. Ella me decía “Mi Frasquita”; yo la decía “Mamá Ana” y así le decían todos. De allí me vine al cortijo del Pedregoso, donde llevo cincuenta y tres años. Primero me metí en la cuadra, que había dos habitaciones. Ya tenía a la primera niña. Se metían los zapatos debajo de la cama, y por la mañana amanecían mohosos, de la humedad que había. Ya mi marido se puso a trabajar allí de casero y salió Manuel Ruiz. Echaba de comer al ganado, hacía lo que tuviera que hacer en la casa... Todos los días venía en una bestia a Facinas a por el periódico, para el señorito. Ya podía llover o hacer lo que quisiera, que todos los días tenía que venir. Él estaba por debajo del administrador del cortijo. Cuando el señorito salía a dar una vuelta a caballo, él le acompañaba. Le pagaban doscientas pesetas en el año cincuenta y tres y, además, media fanega de garbanzos y una fanega de harina; y mataban un cochino al mes y le daban la mitad. Recuerdo que el señorito tenía un coche, y a mi primo Corbacho lo tenía siempre debajo del coche.
Tiempo después, el cortijo se vendió a los Quesada. A don José Quesada lo conocí yo con doce años. Y a Alfonso, el administrador, lo conocí con seis años, y todavía viene a casa. Lo quiero como a un hijo. Mi suegro murió al año de venderse a los Quesada el cortijo. Después de jubilarse mi padre y morir mi suegro, se quedaron el hermano de Ventura y Ventura de guardas. Remedios naturales 1. Para limpiar
Con estropajo de esparto y piedra de arenisca, machacada con otra piedra o con un martillo, y con limón, se limpiaban las mesas de madera, las banquetas de corcho y los cacharros. 2. Para la ropa
3. Para ahuyentar los
mosquitos También se usaba para ahuyentar los mosquitos,
quemándola. 5. Para echar la placenta 6. Otros usos
Como había que ir a lavar la lana a la reguera, si se te hacía de noche y estabas sola, te salía una gallina clueca con los pollitos detrás. Salía la gallina y después, de pronto, desaparecía. Eso quiere decir que hay un tesoro. Yo lo vi de día, por encima de mi casa. Vi la gallina con los pollitos detrás y le dije a mi hermano, “¡mira Marcos, mira Marcos, la gallina...!”. La gallina se quitó de enmedio y mi hermano Marcos jamás la vio. Dicen que, antes, la gente del campo guardaba el oro en tinajas, y lo escondían por ahí. Y a veces hay señales de que está el tesoro ahí. De mi casa para allí hay un tajo que le dicen “El Tajo el Mieo”, porque a un tío mío que se llamaba Marcos le salía un perro amarillo; cuando iba volviendo una curva que hay, ya se le perdía. El señorito le puso a ese sitio “El Tajo de Marcos”. Eso, dicen, es que hay tesoros ahí. Arriba de donde yo vivo hay una torre de moros, la Torre del Pedregoso, y allí se han encontrado sacos con oro, e iba mucha gente con picoletas. ¡Y nosotros tan cerca y no lo hemos visto! También por allí hay tumbas de moros. Sucesos en el pantano
Tengo siete hembras y tres varones, y todos casados. Tengo veinte nietos y un bisnieto; casi nada. Mi hija Ana fue la primera. Estaba yo en la feria de Facinas, y de allí me levanté para tener a la niña, en casa de una cuñada mía. Mientras una podía estar de pie, estaba de pie; ya cuando, enteramente, no podía ser, pues a la cama. Mi cuñada llamó a María Castilla y me asistió. Esa ha sido la única vez que me ha asistido María Castilla. La otra niña, Paqui, nació en el campo, en el Pedregoso, y me atendió Pepa Morales. Pepa no quería que hiciera nada: “no te levantes, no hagas eso, ni te vayas a lavar los pies, ni te vayas a lavar la cabeza”. Pepi, Beli, Pepe y Pili también nacieron con Pepa Morales, y nacieron estupendamente, gracias a Dios. Pepe fue el peor, porque traía tres vueltas del cordón en el cuello y a la mujer le costó que naciera. Gracias a Dios, no le pasó nada, y ahí está. Pastora nació aquí en Facinas, también en la feria. Cuando nació Ventura en el campo, llamaron a María Castilla, pero la volvieron de Los Tornos. Entonces no había coches ni teléfono para decir, “no vengas”. Ella llegaba en una bestia y salió uno para abajo para decirla que no viniera, que ya estaba el niño nacido. Después nació Luis, en Tarifa, que pesó cinco kilos y cuarto. Y María, la más pequeña, también nació allí, a las cuatro de la tarde. A las diez de la mañana me vine para mi casa y seguí la marcha; a la semana me dio una hemorragia, y tuve que estar en la cama unos pocos de días. Ya no han venido más. He tenido dos abortos también. En uno, que fue de menos de tres meses, estuve muy mala. Me llevaron en una bestia desde El Pedregoso a donde mi cuñada, en Facinas, y yo traía una vereda hecha de sangre. Hasta que llegó don Juan y me entaponó. ¡Igual que ahora, podía haber sido! Estuve lo menos cinco días, venga a meter gasas. Cuando empezaron a sacarlas... ¡No te quiero ni contar! Así es la vida de una. Con el otro aborto, me hicieron un raspado de matriz, y estupendamente. Las mujeres que se dedicaban
a recoger los críos Para dar de comer a diez hijos hemos pasado mucho, pero eran otros tiempos. Yo los he criado con leche de vaca a todos ellos. Nunca olvidaré a una vecina que fue una mujer muy buena para mí, que se llamaba Pepa Sánchez. Pepa me ayudó mucho cuando mis hijos eran chicos. La Virgen de nuestro pueblo es la Divina Pastora.
A la Divina Pastora A ti, Divina Pastora
Yo estoy satisfecha con lo que he vivido, ¿qué voy a decir? Lo más bonito ha sido tener a mis hijos. Lo que menos me ha gustado ha sido tener que guardar los pavos y recoger la leña, cuando era joven. Si volviera a nacer, trabajaría menos. En mi juventud también me he divertido y he bailado mucho, y eso sí lo repetiría. Quiero aprovechar para dar las gracias a Josefa Morales, porque ella siempre estaba ahí a mi lado, cuando yo la necesitaba. Para mis hijos y mis nietos, les deseo lo mejor, y que tengan una vida digna y próspera. Les daría el consejo, también, de que sean buenas personas y amables. Yo he querido con este escrito recordar viejos tiempos, escribiendo mis recuerdos y vivencias; lo he hecho con mucho quebradero de cabeza y con la ayuda de mis familiares. Lo más bonito de mi vida ha sido tener a mis hijos. También me he divertido y he bailado mucho. Lo que menos me ha gustado ha sido tener que guardar los pavos y recoger la leña, cuando era joven; por eso, si volviera a nacer, trabajaría menos. |