. 1.- NUESTRO  PROYECTO  DE  INFANTIL.

     El pasado Jueves-10, como nos contaba el maestro Mario…

“.. Que comenzamos un nuevo Proyecto de investigación. Hace varios años el Equipo docente se embarcó en este tipo de metodología didáctica. Son muchos los proyectos llevados a cabo: Roma, La Prehistoria, Los dinosaurios, Las vacas, Los coches, El fondo marino, etc… Cada vez se pone a prueba la imaginación y el buen hacer de estos maestros y maestras que consiguen enganchar a sus alumno/as en aventuras educativas en las que estos van aprendiendo de una forma siempre lúdica y divertida, creciendo y desarrollándose como individuos, construyendo ellos mismos su propio aprendizaje.

En esta ocasión la temática elegida: LOS SUPER-HÉROES y SUPER-HEROÍNAS, personajes con gran aceptación y seguimiento por parte de nuestros pequeños. El punto de partida, la situación de arranque, ha sido la aparición de una superheroína llorando en el porche de la escuela


Los niños y niñas le han preguntado la causa de su tristeza y ella ha pedido ayuda para fundar un nuevo grupo de superhéroes locales, pues sus antiguos compañeros se habían marchado y se había quedado sola. Por supuesto, todos y todas han querido apuntarse a la aventura y han prometido entrenar y desarrollar sus propios poderes.

La idea educativa es aprovechar la motivación de niños y niñas para reflexionar sobre las características individuales de cada cual, explorar las diferencias y cualidades, trabajando la educación emocional y la empatía. Un buen título para este proyecto podría ser...

   SUPERMINIHÉROES, UNA AVENTURA EMOCIONAL.”
2.-  TUTORÍAS  COLECTIVAS  CON  FAMILIAS


            El pasado Lunes-7, que completamos las reuniones iniciales con las familias de Primaria y Secundaria. Tras la presentación del profesorado, con un guión elaborado desde la Jefatura de Estudios, donde se marca la organización y trabajo del presente curso.

            Unas Normas de Convivencia, según nos marca el ROF (Reglamento de Organización y Funcionamiento) del Proyecto educativo, y un intercambio de impresiones con las familias, pidiendo colaboración y participación en una institución educativa que funciona bien.

        
Absentismo, Convivencia, cuidado del material educativo, puntualidad, respeto, control de trabajo curricular.., muchos de los temas tratados, y los sectores de la comunidad educativa, profesorado, alumnado y familias, remando en la misma dirección.

            Información general de las pruebas iniciales, con unos resultados y una observación en la primera quincena del curso, donde se repasaron contenidos del curso anterior, con especial atención en las áreas instrumentales, como gran referente en el proceso enseñanza-aprendizaje.

¡¡ Reuniones  de Tutorías  colectivas, y  en  nuestro  ABP  de Infantil …
           … un@s  SUPER HÉROES  y  HEROÍNAS.  !!                 

FUTBOL

 

 

 

 

FUTBOL INFANTIL

 

NUEVA PISTA PARA EL DEPORTE

 

El Gobierno se interesa al fin por la recuperación de la laguna de La Janda

El presente y el futuro de la laguna de la Janda constituirán el eje de unas jornadas de debate que se celebrarán este mes en Facinas (Tarifa) y que están organizadas por la Asociación Amigos de la Laguna de la Janda con el patrocinio del Ayuntamiento de la ELA de Facinas y del Puerto de Algeciras.
Este foro de debate, que abordará igualmente la realidad patrimonio y medioambiental de este enclave natural, tendrá lugar los días 18, 19 y 20 de este mes. Las dos primeras jornadas estarán centradas en ponencias y mesas redondas que se desarrollarán en el Teatro Municipal de Facinas. El domingo 20, por el contrario, queda reservado para un paseo por la Janda con avistamiento de aves y para una excursión al Tajo de las Figuras y Dólmenes del Celemín.

Descripción: Una bandada de grullas levanta el vuelo en un enclave de la laguna de la Janda
Una bandada de grullas levanta el vuelo en un enclave de la laguna de la Janda / MANUEL ARAGÓN PINA

En la jornada inaugural se abordarán sendas ponencias sobre las chozas de la laguna de La Janda y el paisanaje y otros aspectos singulares de los habitantes de la Janda.

Y ya el sábado vendrá el grueso de las jornadas con seis ponencias diferentes y una mesa redonda. Esas ponencias tocarán cuestiones relacionadas con la ornitología, el arte sureño, la historia ecológica o la desecación de esta laguna jandeña. La mesa redonda, por su parte, llevará por título ‘El futuro de la laguna de Janda y el conflicto de la titularidad’ y contará con la introducción de Pedro Brufao Curiel, profesor de Derecho Administrativo en la Universidad de Extremadura, y con la participación de representantes de administraciones y sectores sociales implicados. La organización ha previsto para ese sábado un guiso tradicional elaborado por el cocinero Txente Garay Zabala y que se degustará en la Caseta Municipal.

 

 

FOTO DE LA SEMANA

Antonio Cózar Valencia (93 años) con su cosecha de batatas

COSAS DE NUESTRO PUEBLO Y ALGUNOS RECUERDOS DE MI VIDA EN ÉL

Sebastian Álvarez Cabeza

TIENDAS, BARES Y OTROS COMERCIOS.

Trasladando mis recuerdos a las tiendas, bares y otros comercios de Facinas, son muchas las imágenes que aparecen en mi mente como provenientes de un sueño, porque intentar de hacer aparecer aquí todos aquellos comercios que sirvieron para que los vecinos de este pueblo se ganaran la vida, me parece que es entrar de lleno en el corazón de esta comunidad, ya que junto a todo tipo de empresa tradicional hay que sumarle cualquier iniciativa personal para conseguir el beneficio que permitiera subsistir, y de eso hay infinidad de ejemplos en este lugar. Sé que la tarea es larga y profunda, pero lo voy a intentar esperando conseguir que reviva en cada uno de quién lo lea sus recuerdos personales que es de lo que se trata Voy a intentar sacar desde lo más profundo de mi “archivo” todo lo que conocí desde que la razón se apoderó de mi cerebro, en caso de que así lo fuera. Intentaré separar las tiendas, los bares y otras actividades de comercio, ciñéndome preferentemente a los que forman parte de los recuerdos  más  lejanos,  que  son los  que  conservan  una  aureola  mágica y  entrañable haciendo bueno aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Las tiendas y bares que existen en la actualidad ya los he referido en varias ocasiones.
El  papel  de  las  tiendas en estos pueblos pequeños aportan diferentes dimensiones, porque  aunque su fin principal es el beneficio económico para su propietario, tenemos que reconocer que prestan un servicio importante a todos los vecinos acercándole los productos que venden, y algo que tiene más valor y que debe reconocerse en su justa dimensión, como fue el servir los artículos a aquellos que no disponían de dinero  diariamente. Los “tenderos” fiaban arriesgando en muchas ocasiones su capital, ya que había familias que no sabían cuando podrían cumplir. Esto fue y sigue siendo algo que no ofrecen las grandes ciudades ni los grandes negocios como no sea asegurándose el cobro. Pienso que es el momento de reconocer y agradecer p públicamente a todos aquellos propietarios de tiendas que ayudaron en su momento a sus vecinos ofreciendo sus artículos para cobrarlos cuando buenamente podía el cliente. Hoy se sigue vendiendo “fiado”, pero no por tanta necesidad.
Las tiendas de aquellos años de mi niñez despedían un olor muy particular diferenciándose unas de otras acaso porque algunas tenían productos diferentes. Artículos de lo más distinto se acumulaban casi siempre de una  forma desordenada por los locales, y no era  difícil ver mezclados los zapatos con las frutas o los sacos de trigo o alpiste con las barricas de sardinas arenques o latas de carne de membrillo. Todo expuesto al público sobre el mostrador, en las estanterías de madera con huecos rellenos de los artículos a granel. Azúcar, garbanzos,  café,  arroz, mantequillas de todas clases y  colores, etc., etc., se compraban por mitad del cuarto, cuarto o mayores medidas. El peso estaba en continuo uso.


Y el papel de “estraza” lo envolvía todo. ¡Qué destreza tenían los tenderos y tenderas para envolver los  artículos con aquellos movimientos de los dedos casi de ilusionistas! Yo me quedaba embelesado viendo cómo de forma prodigiosa y en un santiamén realizaban una serie de dobleces que hacían desaparecer la paletada de “manteca colorá” o el cuarto kilo de azúcar dentro del papel.
Mi padre tuvo una tienda donde  hoy está DeTodo, cuyo espacio estaba dividido en entre ella y el Bar de Gallardo, más tarde Juan El Melero y Rosario Villar llevaron tanto la tienda como el bar, y otra más arriba, frente a la puerta del “paseo”.     Yo tendría unos siete años, porque recuerdo que vivíamos allí cuando hice la primera comunión. Había una habitación con el mostrador y detrás de él una puerta daba a  la cocina. Se entraba bajando un escalón bastante alto, y al lado derecho una puerta daba al único dormitorio. No se me olvidará el episodio de la serpiente que mató mi padre una noche. Llevaba varios días  viéndola dentro de la tienda, escondida entre los sacos o debajo de las estanterías. Acudía en busca de los ratones que abundaban  al olor de tanta comida sin envasar. Mi  padre no sabe cómo se  despertó de madrugada y vio a la “bicha” en la alcoba. Con todo sigilo cogió la “tablilla” que usaba para quitarse las botas altas que estaba junto a la cama y se la tiró con tanta puntería que la “dejó en el sitio”. Por la mañana vimos el salpicón de sangre en la pared como prueba del acertado golpe. Sacamos el reptil a la calle como un trofeo, y cosa curiosa, achuchándole desde la cola comenzaron a salir por la boca ¡hasta 20 ratones! Aquello lo seguimos comentando toda la vida. Mi padre tuvo también una carnicería frente a esa misma tienda, donde hoy vive Nicolás Campos, “aparcerías” con José Trujillo. Más abajo, donde vivió Lorenzo Aragón, Josefa Leal y familia, estaba María Muñoz, esposa, después viuda de Pedro Calderón, una familia de Conil, con varios hijos de los que recuerdo a Juan que era más o menos de mi edad, Pedro, José y un par de mellizas. Juan era muy ocurrente y vendía por las calles como otros chiquillos en aquellos tiempos para ayudar a la casa. En lo de María Muñoz empecé a comprar los primeros cigarrillos, se llamaban Ideales, con el papel amarillo y con sabor a “perros”. Cogíamos huevos de los gallineros de mis tíos, los vendíamos y nos financiábamos el tabaco. Muy confuso queda en mi memoria el carro de Calderón entrando por el portón al patio donde había un pino grande. Entonces en casi todas las  tiendas se vendía lo que sus dueños compraban a otros vecinos, ya fueran huevo, frutas o productos de los huertos.

En esto destacaba Juan Camacho, con una tienda en la calle Constitución, y él con su canasto por las calles o en la plaza. Juan era un hombre bajito, con una voz potente y “remachona”, que hablaba como si estuviera enfadad o, pero en realidad era muy bromista y gracioso. Espectacular era el encuentro diario cuando venía del huerto y pasaba por la puerta del bar de Juan Gil. Éste, otro  hombre “chusco” y con “buen arate” se metía con él llamándole “jambruno”, a lo que le contestaba con  otros improperios a voces, escenificando una escena de humor de lo más fino mientras simulaban que se estaban peleando. Los Camachos, otra  familia de grandes amigos míos que supieron triunfar  con sus negocios en Algeciras gracias a su constancia.
Otras tiendas que veo en lo más lejos son la de María Cózar junto al paseo, que también enviudó, el marido era guardia municipal y a ella le decían “María la municipala”. Mujer que trabajó duro para sacar adelante una familia numerosa. La de Juana Salado, abuela de Cristóbal Cózar, en Vico, donde vive Domingo Aguilar que después continuó con el negocio. Allí iba yo desde el molino de mis abuelos a comprar varias veces al día y a visitar a mi amigo. Había unas cuantas que vendían aceite a granel. Para hacerlo disponían de unos artilugios que lo medían mediante una especie de bombeo. Lo recibían en grandes bidones. Las  que se dedicaban a ello creo que eran la de mi suegra Juana Guerrero en la calle Sol, la mujer que todos los chiquillos de aquella época recuerdan por la costumbre de darle un pellizco en la cara cuando que llegaban a comprar. Curro Silva (hoy Inés, la hija) en la calle Merced, la que  me contaba que siendo yo muy chico y ella una niña, me tomó en brazos, me escurrí y caí al suelo de cabeza, entonces asustada salió corriendo y me dejó allí como si no tuviera nada que ver mientras mis tías se preguntaban ¿qué le pasará al niño?. María Ortega en la calle Dr. Pérez Meléndez, Vicente Gil, y sobre todo Juan Jiménez, la que después fue del hijo Paco, también vendían el aceite a granel. Este último tenía la concesión del estado para distribuirlo en los años siguientes a la guerra cuando había una gran escasez de alimentos. El aceite se racionaba, para lo que las familias tenían una cartilla de racionamiento donde le anotaban las cantidades que iban retirando. Nadie podía disponer de más de lo que estaba permitido. Durante mucho tiempo a Juan Jiménez se le cono ció por “Juan Raciones”.

       

Creo que  otros alimentos también  fueron racionados, de eso no estoy seguro, pero sí recuerdo oírles contar a mis padres las dificultades de aquellos tiempos, sobre todo del año cuarenta “el año la jambre” como era conocido. Hubo familias que no podían comer diariamente, incluso algunos murieron de inanición. Contaban que algunos padres perdieron la vida por dejar los alimentos para los hijos. Se comía todo lo que se criaba de forma silvestre por los campos y que no fuera venenoso.  Algunos soldados que había en el campamento, que decían eran prisioneros, rebuscaban en los desperdicios las cáscaras de plátanos o de otras frutas en casa de las familias que podían comer estos alimentos. Otro  artículo  especial  era el petróleo que se  utilizaba  para  alumbrarse  cuando  no  había luz eléctrica  con  aquellos  quinqués  u otros  artilugios, también para los infiernillos o  “cocinas económicas” como  se  le  decían  cuando  se  empezó a dar de lado al carbón  gracias  a  aquel  invento.  La persona  que  más  se  relaciona  con  el  comercio del petróleo es Fernando Ovalle, al  que curiosamente unos llamaban Don Fernando y otros Fernandito. Fernando llegó  a Facinas como militar en el  campamento,  decían  que  era  “practicante”,  por  eso  lo  del  Don,  incluso ponía inyecciones, después dejó la “vida militar”, se casó con una mujer de aquí, María Canales Vaca, y se dedicó al comercio, siendo como digo el petróleo su principal actividad.
Más tarde la fruta y otros artículos completaron su actividad. Con su furgoneta y a una “prudente velocidad” transportaba sus propios artículos.  Era un hombre muy callado y simpático, todo lo compraba según él por vagones y era típica su frase; “Estoy esperando un vagón de pitróleo”. Decía haber sido socialista y fue designado alcalde del pueblo cuando este partido gobernó en Tarifa tras le llegada de la democracia. Estuvo cuatro años y sobresalió por  la organización bajo su mando y su propia aportación  económica, de dos  corridas de  toros con  la ayuda inestimable de  Eusebio Álvarez  “Bito”  que  fue  el  presidente  de  la  comisión  de  fiestas.  Tuvo dos tiendas, una al comienzo de la calle Constitución y otra en la calle Merced, frente al “paseo de arriba”. Hoy las llevan sus hijos Isabel y Fernando.
Al hablar de las inyecciones he de decir que por aquellos tiempos había muchas personas que lo hacían, mi padre uno de ellos, aunque a nivel familiar. Era de forma extraoficial o clandestina, naturalmente. Vicente Gil  también  vendía  petróleo, siendo quizás el último que lo hiciera  en  Facinas.
La tienda de Vicente fue pionera en  muchas  cosas, principalmente porque su dueño ha sido un hombre  emprendedor y  que  nunca paró  de  buscar  nuevos  negocios.  Recuerdo cuando compró una maquinita para liar cigarrillos y los ofrecía ya “liaos”, o cuando traía pasteles que los vendía por las calles Antonio Rodríguez.
Mi amigo Domingo Guillén, Gabriel Delgado y otros lo hacían con caramelos de él en el cine, en un pequeño expositor de madera con tapa de cristal colgado al cuello con una correa y recompensado con el precio de la entrada.También acompañé a José Antonio Campos cuando cobraba “las ditas” de Vicente. Durante un tiempo allí se echaban hasta las cartas.  No había artículo que no tuviera Vicente Gil, siendo imprescindible citar aquellos papelones de altramuces (“chochitos”), “catufas”, pipas, avellanas, castañas crudas o asadas, o cualquier otra “chuchería” que nos engolosinaban.
Hasta su cierre, hace pocos años,  fue la esencia del comercio,  con Vicente permanentemente al frente con su celo y  simpatía. Las aventuras comerciales de Vicente fueron muchas, destacando como el creador de las codornices asadas en las  ferias, él con sus hijos se hicieron famosos por estos  contornos  vendiendo  estas  aves que hoy están en casi todas las cartas de restaurantes de la zona. Tan lejos que yo no tuve ocasión d e conocer, siempre escuché mencionar las tiendas de Antonio Ortega donde hoy vive Curro Álvarez, y la de José Jiménez que le decían “La Cabrita” en la esquina frente a la Caja de Ahorros. A la salida del pueblo la  de Paco Camacho, hoy de la hija Charo, siempre fue célebre, y frente a ella, donde vivió por mucho tiempo la familia Criado Agüera, hoy  de un  extranjero, también lo hizo Antonio Paz y Lola Molero con  otra  pequeña tienda. Allí vivían  cuando un  rayo  entró y salió  por  la casa una noche de tormenta, salvándose la  familia  de milagro, aunque Germán, uno  de los  hijos,  sufrió un daño importante. Esa misma tormenta rajó parte de la bóveda de la iglesia. Hubo otras tiendas emblemáticas como la de Juan Cuesta, padre, siendo dependientes los hijos, Juan, Pepe, Luz y Tere. Cuando Pepe se fue a la caja de Ahorros y Luz y Tere se casaron fue Juan quién se encargo de ella. Esta fue por mucho tiempo un gran referente ya que representaba y distribuía los mejores vinos de Chiclana y otros licores así como otros artículos de difícil importación. Tenía hasta camión propio para su actividad. Juan Cuesta hijo mantuvo este negocio hasta su jubilación, siendo un hombre muy conocido por su gran actividad.
La de Manuel Camacho, “Manolito Camacho”, junto al estanco, era de las más conocidas del  pueblo  en  aquellos  tiempos,  sobre  todo  por  los  chiquillos  que  se  fascinaban  con  las chucherías. He leído un escrito de Juan Manuel Santander Manso “Mané”, donde añoraba los polos de natilla que hacía Manolito cuando llegaron las primeras neveras. Era muy conocida la afición de Manuel Camacho de hablar del levante, si se venía o si vendría.
 Cerca de la calle Molinos, donde hoy vive Corbacho, estaba la tienda de Petra Cózar, que vendía comestibles y frutas. Casada con Paco Perea, (Paco “el Sastre”) un hombre que casi siempre estaba canturreando. Era un matrimonio entrañable, que despedían una dulzura y simpatía poco común. El hijo Gaspar es uno de mis mejores amigos, inquieto y emprendedor en su juventud con el que fui socio en una aventura comercial que consistió en crear una fábrica de colonia. Gaspar llevado por su espíritu había comprado un libro que se titulaba “500 fórmulas para hacerse rico”, o algo así, en él se daban las formulas para fabricar perfumes, líquidos para desinfectar como lejía y otros compuestos. Pues bien, me contagió el  sueño de “hacernos rico” y  decidimos  crear  nuestra  propia  empresa  eligiendo  la  formula  de  un  agua  de colonia. Como andábamos escasos de dinero, optamos por una cuyos ingredientes fueran baratos, por lo que su destino sería la venta a granel, que era algo corriente en aquellos tiempos. Compramos un bidón de Uralita con una capacidad de 500 litros a Vicente Gil, 499 litros de alcohol y un litro que había que  completar tras mezclar varias esencias como espliego, bergamota, amianto y otras más que no recuerdo, que  un a vez conseguido había que diluirlo en el alcohol.
La operación era removerlo con una pala de madera durante cuarenta y cinco días, al principio cada cuarto de hora y poco a poco con intervalos más separados, pero que nos exigía estar pendiente días y noches. Lo hicimos donde hoy vive Antonia Cruces, frente a la farmacia, que entonces era de mi tío Pepe Álvarez.Todos los amigos nos acompañaron durante aquellas horas de vigilia compartiendo con nosotros la ilusión entre ratos amenos de charlas y bromas, alumbrándonos con velas. El  resultado fue el previsto, una colonia con poco color y menos olor, solamente su componente de alcohol le hizo ser útil como desinfectante, y pudimos vender algunos litros en las barberías del pueblo, algunas tiendas y peluquerías de señoras, casi todos amigos o conocidos, más por ayudarnos a costear la aventura que por la calidad del  producto.
Al final tuvimos que devolver a Vicente el depósito y pagar el alcohol y las esencias a plazo, pero eso no desanimó a mi amigo Gaspar que decía que el producto era fiel a la formula elegida, que ya se sabía que era de baja calidad, pero que habíamos sido capaces de fabricarla.
Hicimos gestiones en Industria para crear la empresa, pero una serie de condiciones de higiene, seguridad y de impuestos de lujo terminaron por apagar la ilusión, pero no los sueños de mi amigo que siguió dándole vueltas e intentando de animarme para dedicarnos a la lejía, que era casi todo agua según él.
Yo desistí de más aventuras, pero él continuó en su mundo marchándose a Barcelona y emprendiendo nuevas empresas y consiguiendo ganarse una buena posición. Era un tipo muy especial del que guardo muchos recuerdos llenos de anécdotas y actividades de las más variopintas. Hace unos cuarenta años que se marchó y habrá venido un par de veces, espero que se anime y se decida a hacerlo de nuevo aunque solamente sea para recordar estas aventuras.
Frente a la farmacia estaba la ferretería de  Antonio Camacho, “Camacho el cojo”, por tener una pierna ortopédica a causa de una herida. Vendía artículos de lo más diverso, desde  herraduras, puntillas, cerraduras, etc., hasta trigo, habas y otros cereales, pasando por manteca, azúcar o harina, incluso  ropas, calcetines o zapatos. Daba la sensación de que allí no cabía ni un alfiler de llena que estaba. Antonio vivió sólo los últimos años, rodeado de los restos  de  artículos ya caducos pero que seguía vendiéndolos o regalándolos. Murió de infarto una noche triste y solitaria para él. La cuñada de Antonio, llamada María Gómez tenía otra tienda casi del mismo porte, justo donde hoy está la de Carmelina.

Algo más abajo estaba Pepe Moreno, hoy su viuda Isabel Bermúdez. Este hombre que murió joven era de un agrado exquisito y quitó mucha hambre dando fiado a muchas familias.
Los padres de Pepe que también tuvieron una tienda en la casa de la calle Divina Pastora, donde vive Bartolichi y Ani Campos.
A continuación estaba la de Juanin Guerrero Mª Carmen Paz, que cerraron hace unos años cuando les llegó la edad de la jubilación. Tuvo muy buena clientela durante todos los años que estuvo abierta.
De las últimas que recuerdo funcionando hasta hace poco y con bastante fama fue la de María Vallecillo, algo más arriba de donde yo vivo. Creo que sus padres tenían una panadería ahí mismo y que se me olvidó citar cuando  hablé  de aquellos negocios. María vendía también artículos de diferentes especies y notamos su cierre los vecinos del entorno.
Todas las tiendas recordadas hasta aquí estaban relacionadas principalmente con la alimentación, y a las que hay que añadir los puestos que había y hay en el mercado público que ya relaté  en su momento. Hoy y para completar la relación, están abiertas la de María José y Fernando Tineo en la calle Labradores, la viuda de Pepe Moreno, Isabel Bermúdez en la calle Merced, la de Fernando Ovalle frente al “paseo de arriba”, la de Charo Camacho en la calle Tarifa, saliendo o entrando del pueblo según se mire, la de Inés, Hija de Curro Silva, Isabel Ovalle en calle Constitución y la última abierta, la de Malu, frente a mi casa.
Otros comercios se sumaban a la aventura de la venta al público como los de tejidos, confecciones y todo tipo de artículos de vestir y calzar.
De ellas ya mencioné la de Luz Álvarez cerca de la Plaza.También de tiempos muy lejanos recuerdo la de Curro Serrano, en la esquina que da a la plaza de San Isidro, donde estuvo el bar de Hidalgo. Curro fue alcalde del pueblo y tengo entendido que era un hombre emprendedor y luchador por sus vecinos. Era hermano de Baltasar Serrano e hijo de Curra la de la panadería, también el marido de Antonia Ardaya.
Paco Camacho también vendía tejidos, calzados y confecciones, cosa que continúa haciéndolo Charo en parte.
De las más antiguas dedicadas a estos artículos recuerdo la de Casa Villanueva, que antes había sido de Juan Notario el padre de Antoñita.
La de Antoñita Notario ha sido durante muchos años quizás la de más movimiento en el pueblo. Empezó su actividad vendiendo alimentación y algunas  telas en la casa frente al lugar donde  luego  la  montó, que estuvo  la central de teléfono y que  hoy la habita la viuda de Márquez.
El  movimiento de la tienda de Antoñita Notario era espectacular en toda  su trayectoria desde sus inicios hasta convertirse en un auténtico almacén. Vendía de todo, desde oro hasta zapatos  telas, confecciones artículos de regalo y todo cuanto se pudiera comerciar. Al principio aprovechando que su marido Vicente Ruiz era el delegado del sindicato que tramitaba el pago de lo  subsidios a las familias, entregaban los artículos a los clientes y luego iban descontando su coste con las cantidades que recibían del estado, así se beneficiaban ambos. Fue el prototipo del comerciante que te vendía hasta lo que no necesitabas, convencía a la gente con su tenacidad. Una auténtica vendedora que hoy hubiera sido una relaciones públicas o una comercial de primera categoría.
La  actividad de Antoñita fue siempre a caballo entre su negocio y la iglesia, ya que siempre ha sido una ferviente  y fiel creyente. Hoy, a pesar de la edad y del cierre del negocio, mantiene el mismo espíritu, combatiendo co  toda su energía contra los años que quieren obligarle a la inactividad.

Con los Villanueva vino a Facinas la modernidad en el comercio, la venta por letras, los electrodoméstico y otro artículos que hasta entonces había que buscarlos fuera. También contratando empleados, ya que por aquí desfilaban muchos jóvenes del pueblo con capacidad algo más que para los trabajos duros del campo, como fueron los casos de Pedro Ortega, Juan Ramón Ojeda, Domingo Guillén, Ángel Sevilla y muchos otros, sin olvidar a los  más mayores como fueron Paco Camacho o Daniel Jiménez, Pedro Ortega y Francisco Morales Cózar fueron fieles hasta el final de la presencia de esta empresa en el pueblo. Muchos años estuvo también Juana Serrano.
A  esta se unió Tejidos Trujillo como continuación de la competencia que tenían en Tarifa. Se instaló en la calle Merced, donde hoy está DeTodo, y fue en el año 1958, entrando yo como aprendiz cuando tenía trece años. Hasta 1991, año en que  la cerré, fue éste mi lugar  de trabajo, a excepción de los dos que estuve en Tarifa con esta misma empresa que fue del 62 al 64.
Me acompañaron como empleados Pedro Moya y Nono Cózar, hermano de Cristóbal.
Contar las mil y una anécdotas o vivencias sería interminable, teniendo en cuenta que aquí pasé la “edad del pavo” y la juventud con todas las experiencias e ilusiones, así como la creación de mi propia familia con las vivencias tan decisivas en la vida de una persona  como  son los nacimientos y crecimiento de los hijos. Conocí a mucha gente, la filosofía del que vende y aprendí a tratar a las personas y a especializarme en un tipo de trabajo. También a estar al tanto de la evolución del pueblo por su economía, preferencias y relación con los vecinos. Todo sirvió para formarme. Guardo buenos recuerdos de lo  encargados que estuvieron al frente  de este negocio en los primeros años, destacan do a Manolo Trujillo, sobrino del dueño, un hombre sensible y cariñoso que se ablandaba con las miserias de aquellos tiempo s y regalaba más artículos que vendía cuando veía a tantos niños o personas faltos de vestimentas y calzados. No podía pasar una noche sin dormir junto a su madre en Tarifa, y para ello le acompañábamos todas las noches hasta el Puerto de Facinas a coger una “combinación”, para regresar a la mañana siguiente. Los sábados nos despedía regalándonos a Pero Moya y a mí 15 pesetas a cada uno que era una “milloná” en aquellos tiempos. Yo  ganaba 250 pesetas al mes después  de estar dos años de aprendiz  sin  cobrar un duro. Manolo por último se compró una Vespa y con ella hacía los viajes.
El comportamiento solidario de Manolo no convencía a su tío Juan que era el dueño del comercio, y lo relevaron por Fermín  Franco, un hombre serio y formal que trajo otros aires.
Estuvo un tiempo sólo durmiendo en la casa que había en el patio y que al paso de los años yo ocupé con mi familia hasta construirme la mía. El se trajo la suya y vivió aquí h asta que en el año 66, cuando volví de la mili me contrataron a mí como encargado. Para entonces ya no estaba Pedro Moya, estaba mi primo Eduardo y mi hermano Juan Antonio. A Bernardo le agradecí su intervención para que yo fuera a jugar al fútbol con el Tarifa, habló con la directiva y después me daba permiso para ir a los entrenamientos.

En el año 1973 llegué a un acuerdo con los dueños, le compré las existencias y pasé a explotarla como propietario con la ayuda de mi hermana Isabel, a la que siempre le agradeceré todas las horas que se sacrificó por mí en aquellos años con muy poca ganancia económica debido a mi carga familiar. A partir de entonces y hasta su cierre pasó a llamarse “La Tienda de Chan”.
Con los beneficios del comercio y otras actividades que me busqué como el despacho de quinielas y primitiva o la corresponsalía de un banco, pude financiar los estudios de mis cinco hijos, completar su educación y edificarme la casa donde vivo.
En el año 1983 mi tienda sufrió el “robo del siglo” en lo que a este pueblo se refiere. La mañana del 19 de noviembre amaneció casi vacía producto del saqueo de unos ladrones que habían entrado perforando el muro por la parte trasera, justo frente donde yo vivo. De aquello nunca se supo, y yo tras intentarlo unos años más gracias a la ayuda de muchas  personas entre propietarios de almacenes, representantes, familiares y amigos, no tuve más remedio que cesar en aquello que había sido mi vida. Para llegar a esta decisión conté con el ofrecimiento  del entonces alcalde de Tarifa, Antonio Ruiz, que me propuso el puesto de su secretario particular, que me llegó como un salvavidas en un naufragio en alta mar. Era julio de l991 cuando cambió mi actividad tras treinta y tres años dedicado al comercio.
Hoy la tienda con más solera que queda en Facinas dedicada a la venta de ropa es la de Carmelina, junto al mercado de abastos. Es un comercio tradicional que basa su venta en buenas marcas y artículos de calidad, tradicionales y de moda, atendida por una persona que tuvo sus inicios como dependienta con Antoñita Notario. Ella tiene su propia filosofía y agrado para el público.
Por último y cerca de la plaza Cristobalína España  ha  abierto otra destinada más a la moda donde hasta  hace poco era de artículos de regalo dirigida por las hermanas Quero y que anteriormente fue de Joaquina Ramírez, propietaria del local.
Un pequeño paréntesis me ha servido para reflexionar sobre lo comentado acerca de las tiendas de Facinas cuyos recuerdos aún permanecen en mi mente. Tras ello y ayudado por algunas personas, compruebo que no mencioné la que tuvo Francisca Rambáud junto a Galerías Villanueva. Las chucherías fueron su “fuerte”, y era un continuo ir y venir de chiquillos en busca de caramelos, pipas o “purobrea”.
Tampoco cité la de “Pepa la de Chano”, aunque para esta tengo la excusa de que pensaba citarla cuando hablara de los “recoveros”, ya que Chano Ramírez fue uno de los más destacados. Pepa Rodríguez Ortega, hija de María Ortega, prolongó la tradición de su madre junto a su marido.
Con la referencia a la ferretería, electrodomésticos, bazar y muchas otras cosas, DeTodo, en la calle Merced, donde estuvo Tejidos Trujillo o la Tienda de Chan, la mía, cierro el capítulo de los comercios de Facinas que yo recuerdo. Bernardo Díaz Quintana, a pesar de su juventud, supo poner en marcha esta empresa y consolidarse como un buen comerciante y gran emprendedor.
Continuando con la intención de traer a mi memoria otras formas de comercio, voy a referirme en primer lugar a los diteros y los recoveros.
La “dita” es un sistema de venta que poco a poco ha ido desapareciendo, pero que en los años difíciles era muy popular. Los que se dedicaban a ello vendían toda clase de artículos para cobrarlo con la entrega de una pequeña cantidad diaria, así era muy normal ver llegar a las casas cada día o cada semana, según la costumbre de cada uno, a estas personas con el libro en la mano, donde anotaba lo que le entregaban. Una especie de libreta pequeña pero muy gorda y con un trozo de caña para separar las hojas.
A estas personas se le hacían los encargos de aquellos artículos que se querían comprar y ellos mismos lo llevaban a las casas. El precio era aumentado considerablemente como compensación por las facilidades concedidas.
En Facinas destacó un hombre que quiero recordar era de Málaga o de aquella parte, pero que se asentó aquí con ese negocio. No recuerdo su apellido porque siempre lo conocí como “Pepe el ditero”, pero vivió aquí durante muchos años.
De Tarifa venía un tal Salvador, del que tampoco recuerdo su apellido, y también los hermanos Téllez, muy aficionados al fútbol, llegando uno de ellos, Pedro, a jugar en el Elche, siendo de los mejores futbolistas que han salido de Tarifa, ha sido maestro en esa ciudad y un excelente empresario de turismo en Bolonia, lo tengo por una gran persona y buen amigo.
Recuerdo que mi amigo Gaspar Perea, incansable emprendedor, cuando estaba haciendo la mili en Cádiz, montó una dita en San Fernando, trasladándose a aquella ciudad todas las tardes recorriendo sus calles y ofreciendo cualquier artículo que le reclamaran. Anotaba los encargos, los compraba en cualquier almacén de Cádiz o San Fernando, le cargaba el cien por cien y a cobrarlo “poco a poco”. Nos contaba que con aquella actividad se “subvencionó” todo el tiempo del servicio militar, incluso le sobró bastante dinero, y eso que dejó de cobrar mucho de lo que le debían cuando se licenció.
Las tiendas de Facinas también utilizaron esta modalidad de comercio, destacando en ello Vicente Gil y Antonia Notario. Estos utilizaban cobradores a comisión o mediante alguna compensación, casi siempre jóvenes del pueblo. Antoñita facilitaba lana a algunas personas que tenían máquinas tejedoras para que le confeccionaran jerseys que luego vendía a los vecinos del pueblo y de toda la campiña, dando toda clase de facilidades para su cobro.
Era corriente también la venta por las calles. Toda clase de productos como frutos secos, chucherías, frutas y verduras, se mercadeaban a pequeña escala. La leche, producto de las vacas o cabras de algunos vecinos, también se vendía por las casas, o se recogía en la del “lechero”, recuerdo como los últimos con esta dedicación a María Jesús Pichardo vendiéndola a domicilio y a mi tío Paco Álvarez allí en su casa de la calle Fuentes. Estas personas y otras muchas del campo, también hacían queso que eran vendidos directamente o a las tiendas. Poco a poco ha ido desapareciendo esta forma de comercio, en parte por lo duro del trabajo y la competencia de las grandes fábricas, y también obligado por las leyes y requisitos sanitarios.
Lo mismo ocurría con las frutas y verduras que se cultivaban por los alrededores. De las personas que mejores recuerdos guardo dedicados a vender sus productos son Juan Camacho con lo que criaba en su huerto cerca de la Mesta, María López que venía de Los Chopos y Cerván que lo hacía desde Saladavieja. Estas tres personas tenían en común ser muy simpáticas, siendo inigualable Juan Camacho con sus exageraciones y Cerván por “mor” de su defecto auditivo, por ello le conocíamos cariñosamente por “el sordo Cerván”.
Otro personaje que llegó por aquí procedente creo que de la provincia de Málaga, fue aquel al que decían “Fuguilla”, de su nombre no me acuerdo, venía cargado de hijos y ocupó un trozo de tierra del monte público, allí por los Palmarejos, cerca del río.
Quiso cultivar en una tierra poco propicia para ello, aunque consiguió cosechas de melones, sandías y otras especies. Con un carromato y un burrillo se dedicó a toda clase de negocios casi todos fracasados antes de empezar. Algo pendenciero y fantasioso que terminó por buscar otras oportunidades y en otros lugares. En su descarga hay que reconocer la angustia de tener que proveer a tantas bocas con pocas o ningunas posibilidades.
De la venta al por menor de frutos secos por las calles hay dos “personajes” famosos en la historia de Facinas y en mis recuerdos.

Paco el Piñonero y Curro el Pilaro. El primero pregonando de una forma muy peculiar aquellos piñones que transportaba a hombros en una espuerta de palma y despachaba con la medida de una pequeña caja de madera que no hacía más de un “puñao” o una “almorzá”. ¡Qué sabor tan rico tenían aquellos frutos!, que a decir verdad no podíamos comprar todos los días. Yo recuerdo cuando mi madre lo hacía como un extraordinario, los partíamos todos, los mezclábamos con azúcar y lo comíamos a cucharadas. Aquello era el manjar de los dioses. También se echaban en agua. Tratábamos de comerlo muy despacio, saboreándolos, para que duraran el mayor tiempo posible.
Paco tenía un único hijo que se llamaba Luís y al que también le decíamos el piñonero. Luis se dedicaba al transporte de algunas mercancías, principalmente cereales de los campos o pescados con una “motocarro” o moto de tres ruedas. Finalmente compró una furgoneta con la que tuvo un accidente cerca de Tahivilla muriendo él en el acto y al poco tiempo y a causa del golpe otro hombre de Almarchal o la Zarzuela que se llamaba Martín. Mi primo Antonio Cabeza, “Cabecita”, también viajaba con ellos, pero se salvó, aunque estuvo bastante mal. Luis era un joven muy simpático, muy delgado y siempre de bromas.
Curro el Pilaro vendía avellanas y otros frutos secos, pero principalmente de los primeros. Decía que los cultivaba él en el huerto que tenía en la parte más alta del pueblo. También lo hacía con batatas o boniatos. Pero Curro era típico despachando las avellanas en la puerta del cine con aquel canasto de mimbre mientras contaba historias que se inventaba, a cual más fantástica e inverosímil. Los chiquillos nos las sabíamos y le pedíamos que las repitiera. Decía que una vez crió una col tan grande que cuando se le perdió una vaca se la encontró debajo de ella. Como ésta eran muchas las fantasías que se inventaba. No sé si en alguna ocasión he dicho que era famosa la frase de “echas más mentiras que Curro el Pilaro”. De todas formas este hombre era popular en el pueblo, muy simpático, buena persona y sufrido padre de familia que luchó lo suyo para sacar adelante a varios hijos.
El pescado también se vendía por las calles a la voz de típicos pregones. Venían pescadores de Bolonia y Tarifa principalmente, yo recuerdo entre tantos a Canita, un tarifeño con afición al vino.
La “recova” era otra modalidad a la que se dedicaban muchos comerciantes del pueblo. Se trataba de recorrer los campos vendiendo toda clase de artículos cuyo cobro se hacía recogiendo huevos, gallinas o cualquier otro animal que criara el campesino.
Aquí sí recuerdo a una larga lista de personas que se dedicaron a ello. Ya cité antes a Sebastián Ramírez (Chano Ramírez). También lo fueron sus hermanos Manolo, Pepe y Nono, éste último ha estado hasta hace poco, Pepe y Manolo emigraron a La Línea y se dedicaron al transporte. Excelentes personas todos los hermanos, listos y grandes trabajadores.
Los hermanos Camacho Ramírez, Manolo, Paco y Juan también tuvieron este negocio antes de marcharse hasta Algeciras donde han triunfado dedicados a la carnicería. También gente entrañable y simpática, muy buenos amigos míos y grandes facinenses. Curiosamente las dos familias procedían de Conil de la Frontera. Otra que también destacó en los negocios del carbón, la leña y el corcho, era la de los Moreno Aragón, y también descendían de ese pueblo de la provincia, cuyos habitantes tienen fama de tenaces trabajadores del campo, y yo creo que de cualquier negocio, todo producto de un especial espíritu de sacrificio y sagacidad.
Paco Camacho, el padre de Charo, dueño de la tienda a la salida del pueblo también se dedicó a la recova, siguiéndole más tarde su hijo Antonio que finalmente destacó como un gran albañil.
Me contaban mis padres un “encuentro” que tuve con Paco Camacho cuando era muy chico.  En mi familia somos muchos primos, pero Antonio Giráldez, Chan el de mi tío Antonio y que le decíamos Chan Toledo y yo, formamos desde muy chicos un trío inseparable. Dormíamos a veces hasta en la misma cama. Hoy siguen siendo para mí dos personas muy importantes en mi vida.
Bueno, pues pasó que mi primo Antonio, hijo de Don Francisco Giráldez, maestro en Tahivilla, llevaba muchos días sin venir a Facinas, por lo que yo “ni corto ni perezoso” decidí irme sólo andando hasta el pueblo vecino. Cuando iba por “el control” (el cruce que enlaza con la general por Vico), me tropecé con Paco que venía en su caballo de recorrer los campos. El hombre se sorprendió de verme tan chico y sólo, pero pensó que mi padre o alguien mayor estaría por allí cerca. Decidió entretenerme haciéndome algunas preguntas. Entonces le dije que iba a Tahivilla a ver a mi primo, y como el tiempo pasaba y no aparecía nadie, decidió montarme en el caballo y devolverme al pueblo. Como no me conocía preguntó en las primeras casas de Vico, y allí alguien le dijo; “Ese rubillo es de los del Molino”. Paco Camacho era un hombre muy amable y cariñoso y me contó esta aventura en varias ocasiones.
Los primeros años que trabajé en la tienda de Trujillo coincidieron con la época más activa del comercio de la recova y por ello tuve ocasión de tratar directamente a muchos de ellos. Recuerdo a José Muñoz, de la Zarzuela que venía a comprar en bicicleta desde aquel poblado. Era algo mayor para aquel ejercicio, por lo que se llevaba casi todo el tiempo que estaba comprando pasándose el pañuelo por la frente secándose el sudor. Muy serio y formal, tuvo la decisión de crear una panadería que con el paso del tiempo se ha convertido en uno de los negocios de esta especialidad más importante de estos contornos.
Igual de formal y honrado era Domingo Aguilar, que compaginaba la recova con una tienda en Vico. Domingo tenía un caballo “colorao” que creo que le acompañó durante todos los años que duró su dedicación a este negocio. Hombre ocurrente, con una parsimonia muy peculiar al hablar, que adornaba las frases con unas expresiones muy ponderadas. Luchó como nadie para sacar adelante con aquel trabajo a una familia numerosa. Hoy todos los hijos e hijas han heredado su inteligencia y formalidad dedicándose a diversas actividades.  Para mí es un honor tenerlos a todos como amigos.
Fue muy conocido también un tal Juan “Conil”, hombre procedente también de aquel pueblo, que se instaló por estos contornos dedicándose a la venta ambulante. Tenía un mulo como medio de transporte y era casi analfabeto, cuando compraba nos ponía el dinero sobre el mostrador para que cogiéramos lo que se importaba la cuenta. Nunca comprendí cómo se las apañaba para vender, con la única respuesta de que la mayoría de la gente con la que comerciaba era honrada con él. Vivía en una casita en Los Tornos con el espacio justo para un catre, una mesa y algunas sillas. Bueno pues así y todo, ya fuera por el espíritu comercial de los “conilatos”, también vendía cerveza y vino a los soldados, incluso hacía sus “pinitos” en la hostelería friendo huevos, algo que nunca asimilé, ya que aquel hombre tenía un aspecto descuidado y nada “mañoso”.
Recuerdo una anécdota que contaba mi amigo Paco Jiménez cuando fue en compañía de otros jóvenes de aquí a llevarle alguna mercancía.  Juan los invitó y todos aceptaron con algún recelo temiéndole a la suciedad de los vasos. Uno de ellos, no recuerdo quién, algo más sagaz, observó un vaso con una “mella” y pensando que aquel no lo utilizaría mucho lo cogió y bebió en él. Cuando Juan se dio cuenta se fue para él diciendo, ¡No cojas ese vaso que ahí echo yo los dientes postizos! Aquel, que ya había bebido, no sabía cómo digerir el trance, mientras los otros se regocijaban al ver el resultado que había obtenido quién se mostró más escrupuloso.
Otra especie de recovero pero que venía desde Tarifa a Facinas era un hombre familia de los Vegaras, que le decían “Jaranilla”, lo recuerdo muy de lejos en casa de mi abuela Isabel con un canasto, vendiendo café y otros artículos entre largos ratos de charla. Lo he saludado en alguna ocasión en Tarifa, es tío de Paco Vegara, conocido comunicador que dio el pregón de nuestra feria el año 2000 y que fue una verdadera obra de arte mezclando su inspiración con datos de la relación de su familia con Facinas.
Las representaciones o distribución y venta de mercancía ha sido otra modalidad practicada en el pueblo. Ya recordé en su momento a Estudillo y Juan Cuesta o Juan Gil con los vinos. También Paco Jiménez representó diferentes clases de dulces. Desde hace muchos años, y aún continúan los descendientes, la firma Manzanares viene desde Los Barrios distribuyendo distintos tipos de artículos entre comestibles, perfumería, limpieza, etc. Manuel Benítez Villar y luego sus hijos, se dedicaron a surtir de fruta a todas las tiendas y puestos de la plaza en el pueblo.
Cristóbal Cózar como representante fue quizá el que ofrecía la mayor cantidad de artículos y de lo más variado. Cristóbal vendía bicicletas, motos, escopetas, cartuchos, polvorones, vinos y un sin fin de cosas más.
Fue el primero en tener una fotocopiadora al público en el pueblo. Ana, su mujer, no le iba a la zaga, tuvo por un tiempo una tienda cuando vivió en la calle Merced, junto a la esquina del “paseo de abajo”. Ana destacó también como vendedora de artículos de joyería.
Muy típico de esta zona eran los “tratantes” o “corredores”, intermediarios para los negocios de venta de animales o de fincas. Aquí también hubo sus destacados. Entre tantos estaban mi tío Eusebio Álvarez, Manolo Jiménez o José Jiménez al que decíamos “Pepe Naranja”. 
También recuerdo a un tal Cabello, dueño de un trozo de tierra en la parte este del pueblo al que se le ha quedado el nombre de “la rosa de Cabello”, siendo su propietario actualmente Nono Salvatierra. 
Todas estas personas basaron su economía en el fruto de los porcentajes que le correspondía como comisión tras las operaciones. José Jiménez consiguió hacerse de un buen patrimonio gracias a su pericia e intuición. Eran hombres que basaban su éxito en la formalidad y la palabra. Casi siempre compraban para otros de fuera.
Era toda una ceremonia la escenificación de un “trato”. Unos pedían alto y otros ofrecían bajo para que tras una larga negociación llegar a una cantidad razonable para ambos. A mí me gustaba ver a mi padre “tratando” con Pepe Naranja, era todo un ritual, de pronto se ponían las manos en la cabeza exagerando lo que decía el otro, para luego ir reduciendo o subiendo muy poco a poco en un alarde de dominio psicológico.
Hubo muchas personas que se dedicaron a conducir las “piaras” de ganado que compraban por estos contornos para llevarlas a los mataderos de la comarca, a fincas en otras localidades o provincias, o incluso hasta la estación de tren de Algeciras para ser transportados. A estos le llamaban “piareros”, y en ello destacó Juan Viera entre muchos otros. Hombres con capacidad para andar por los sitios más difíciles durante largas jornadas que podían durar varios días con sus noches.
El trabajo en la mujer se reducía a algunas peluquerías y a la costura. Mi tía Antonia Trujillo se dedicó a ambas cosas cuando vivió aquí en la calle Merced. Varias muchachas acudían al taller para realizar las distintas tareas que requerían los trabajos que ella tomaba. Antonia tomaba las medidas a las niñas o mujeres y cortaba las piezas que las otras unían unas a mano y otras, las más expertas, con aquellas máquinas que andaban mediante la presión de los pies. Más tarde también se dedicó a tricotar con la maquinaria específica para ello.
Otra persona destacada en estas faenas fue Ana María Villar, o Ana Mª la costurera como todos la conocíamos. Ella con su hija Loli y su grupo de chicas fue también durante mucho tiempo la representante de la “alta costura” en Facinas.
Otras mujeres y jóvenes destacaron por sus aptitudes para la costura o el punto como Isabel Becerra, Paca Jiménez, hija de Daniel y hermana de mi amigo Antonio, o mi prima Ana María la de Orencio, que también “cosían para la calle”.

Antes de llegar las máquinas de tricotar, era costumbre de hacer los jerseys a mano, yo recuerdo la cantidad de lanas que se vendía en la tienda de todos los gruesos o “cabos”. En esto recuerdo a Fermina De Saro, “Fermina la de la calle reá”. Esta mujer hacía primores en el arte de tricotar a mano, también era una auténtica especialista en zurcir las medias.
Con la moda de las máquinas de tricotar y a causa de la falta de empleo para mujeres, decidimos crear una cooperativa desde Caritas Parroquial para dedicarse a esa tarea. Se compraron varias máquinas con préstamos de personas del pueblo y se confeccionaban jerseys para una firma de Sevilla que abonaba un dinero por cada prenda. Este se distribuía después entre la devolución de los préstamos, los diferentes gastos y el beneficio para las trabajadoras.
Se comenzó en las dependencias de la parroquia, para más tarde, con la ayuda de muchas personas del pueblo, construirse una nave en unos terrenos cedidos por otros vecinos.  Más de veinte mujeres, la mayoría jóvenes ocuparon un puesto delante de las distintas máquinas. Antonia Ardaya, una mujer muy formal y trabajadora fue la primera encargada. Con el paso del tiempo otras fueron ocupando su lugar. En los primeros tiempos participé junto con otras personas en la organización de la cooperativa, que se llamó COINFA. Con Pepe Luis Domínguez compartía el compromiso de recoger en Sevilla la lana para después transportar las prendas confeccionadas y cobrarlas. De aquellos viajes guardo muy gratos recuerdos, porque me permitió conocer a fondo a mi compañero, con sus grandes dotes de comerciante y hombre de negocios.
Todo aquello lo hacíamos desinteresadamente, es decir, sin percibir ningún beneficio, al contrario, ambos abandonábamos por aquel día nuestros trabajos, algunas viajes resultaban hasta penosos, porque los días en pleno verano, desde Facinas hasta Sevilla en un Land Rover cargado de prendas a la ida y de lana a la vuelta, no era muy agradable, por eso cuando llegó a mis oídos que alguien estaba comentando que yo me beneficiaba económicamente de aquel trabajo, lo dejé de inmediato. No obstante continué prestando mi ayuda junto con otras personas.
Tras diferentes andaduras, la cooperativa cuenta hoy con una instalación moderna dedicada a la confección gracias a unos cursos y ayudas de la administración.
En los años más difíciles, siendo yo aún un niño, había mujeres que hacían las labores de la casa a cambio de un plato de comida o de una pequeña propina. “Jocifaban” (La palabra “jocifa” u “hocifa”, aspirando la “H”, según creo, proviene del árabe vulgar, en el que fonéticamente suena como “yefefa”; y efectivamente es la bayeta de tela con la que mi madre, por ejemplo, fregaba el suelo de rodillas. Es decir, que es la antepasado de la fregona.), lavaban y planchaban la ropa, o cualquier otra faena como único medio de vida. Algunas de ellas las recuerdo en mi casa en los tiempos que éramos varios chiquillos y mi madre necesitaba ayuda, ya que no había ni un solo electrodoméstico, todo era natural. El suelo se fregaba con un cubo de cinc y agua (el plástico aún no existía). Un trozo de “arpillera” (parte de un saco de “churra”) empapado, se utilizaba para restregar en una postura tan incómoda como de rodillas. Un trozo de corcha servía para proteger de aquella parte a la mujer.
El lavado era a mano, algunas familias tenían una pila en la casa donde hacerlo pero era corriente que la dueña no tuviera el tiempo suficiente y por ello recurrían a otras personas.

Realizando todas estas labores recuerdo a María Estévez Núñez María la coja, una mujer entrañable, simpática y a veces gruñona que se hizo familiar en mi casa por su trato continuado. María tenía unos dichos muy particulares como; “Por viaé” o “como aquél que dijo”, o “Juré que te calé”. Estaba también María Vázquez, mujer de Carlos Andrades y madre de cuatro hijos, tres varones y una hembra, que emigraron a la parte de levante. Gente trabajadora y agradable.
Otras muchas se dedicaban a ello acuciadas por las necesidades de aquellos tiempos, y no puedo olvidarme de Andrea “la oveja”, la hermana Beatriz, la madre y otras hermanas, aunque la mayoría sufrían algunas minusvalía. A esta familia le decían “Los Síndicos”. Andrea era la más desenvuelta dentro de su “retraso” y se dedicaba a algunas faenas o a hacer “mandados”. También tenían un tío que fue legionario. Hombre que hacía gala de aquella condición. Aventurero y difícil en el trato, se llamaba Juan. También se dedicó a la conducción de ganado como “piarero”. Y un hermano, José, con una piarilla de ovejas.  “La oveja” que era “perseguida” por los hombres y ella “consentía”, solía decir; “en Fina hay mucha Vejas” que traducido era “En Facinas hay muchas “Ovejas” “refiriéndose a que a otras mujeres también le gustaban los hombres.         
La dedicación a distintas faenas para ganarse la vida no era ocupación solamente de las mujeres, también había muchos hombres sin trabajo fijo que se dedicaban a ofrecer cualquier “peonada” a cambio de una propina. Guardaban animales, hacían de piareros, cargaban mercancías, practicaban la cacería, recogían frutos silvestres como tagarninas, pencas, espárragos o caracoles o algunas peonadas de albañilería. Ya mencioné a Juan Viera. También recuerdo a Rafael “Telera” o al “Corso”.
Otro negocio destacable en Facinas es el estanco propiedad de Antonia Guerrero que a su muerte paso a ser de Joaquinita Alcalde y desde entonces regentado por sus padres Mariana Guerrero y Benedicto Alcalde. Benedicto fue también zapatero justo una puerta más abajo del estanco y fue un hombre que despedía una humildad y afabilidad digna de alabar. Su hija Joaquina, mujer que destacaba por su belleza y simpatía, que murió joven después de casarse con Don Manuel Espigares, que fuera comandante del puesto de la guardia civil. Otros hijos de este matrimonio son “Quitin” que vivió y falleció en Los Barrios, y Pepín, cuya familia es la que atiende actualmente el estanco.
La farmacia que inició don José Núñez Pazos continuó existiendo con distintos propietarios de los que recuerdos a Don Alfonso Badía. Luego de Don Mariano Moreno de Guerra, y hoy del hijo de este con su mismo nombre.
La Aldea Geriátrica es otra instalación que representa un modelo muy especial en el mundo empresarial. La cito aquí aunque su presencia sea reciente, pero lo considero muy importante tanto a nivel económico por los puestos de trabajo que ofrece, como por su función social. Se inició en el 2007, participé por mi condición de alcalde del pueblo en todo el proceso de su creación por amistad con su propietario José Mália y porque creía que era un proyecto beneficioso para Facinas. Hoy está ocupada por más de cien residentes y una plantilla que supera los sesenta empleados. Muchas personas e instituciones colaboraron para hacer realidad aquella empresa, destacando José Antonio Viera Chacón, que fuera en aquel tiempo Consejero de Empleo y Desarrollo Tecnológico de la Junta de Andalucía. Hombre que casualmente residió en Facinas en su juventud y demostró con su ayuda el cariño que guarda a este pueblo y un gesto de amigo hacia mi persona.
En la actualidad existe en los Baños de Salaviciosa una actividad dedicada a la fabricación de esencias con mezcla de algunas flores silvestres. Este producto se comercializa hasta por el extranjero, siendo su propietario un suizo que lleva muchos años afincado por estos lugares. Aquí han trabajado desde entonce muchas personas de Facinas.   
Hubo un tiempo en el que en Facinas había también una funeraria. Enrique Oliva, carpintero, se encargaba de hacer los féretros a medida.  Cuando esto ocurría se podía intuir solamente con ver por la ventana de la carpintería la luz encendida toda la noche como señal de que Enrique tenía trabajo que entregar al día siguiente sin excusa. Más tarde continuó con la misma actividad pero ya con el “material” confeccionado.
Otro carpintero famoso por su finura en el trabajo y por sus buenas ocurrencias fue Juan Rambaud que falleció hace pocos años bastante mayor, su viuda Rosario Ballesteros es una mujer que aprecio desde chico porque trabajaba con la familia Gallardo cerca de donde vivía mi madre. Siempre me contaba que cuando yo era chico me iba “gateando” detrás de ella pidiéndole pescado al grito de “¡Tato, cao!”. Con el hijo Pepe Jesús, médico, forman una familia muy apreciada por todo el pueblo.  
Hoy el único carpintero “fino” que queda de aquellas dinastías es Francisco Manuel Manso, “Currito”, que aunque es funcionario administrativo en nuestro ayuntamiento, lleva la profesión en las venas y hace algunos trabajos. Es metódico, aplicado y listo, compartí con él las labores de alcalde y guardo muy buenos recuerdos de su eficiencia, hoy continuamos el contacto sirviéndome de ayuda en muchos de los artículos que escribo. Currito ha tenido suerte encontrando en Mari Carmen, su mujer, una simpática y buena compañera.
Hay una carpintería creada bajo las directrices de la empresa de construcción PROMECO, que se dedica más que nada a los trabajos que contrata esta.
En la dedicación a la construcción también han destacado muchos vecinos de Facinas, unos como “contratistas” o empresarios y otros como oficiales o peones.
En ello siempre destacó la familia Rosano, siendo Nicolás el que más alto llegó hasta el fatal día 19 de abril de 1979 que murió en accidente de tráfico cuando regresaba de un día de faena. Nicolás fue un hombre muy peculiar que con su formalidad y una inteligencia natural montó una empresa que no paró de crecer. Ofreció muchos puestos de trabajo y fueron muchos los que aprendieron esta profesión bajo su tutela.
También era el soporte de personas que acudían a él solicitándole algún tipo de ayuda que nunca negaba. La empresa la continuaron sus hijos Manolo y Felipe, ambos amigos míos y “socios” compartiendo el rancho de Saladavieja.
Cuando construí mi casa Nicolás me facilitaba los materiales que yo le iba pagando según mis posibilidades. Junto con el hijo Manolo, me ayudaron en la dirección de la obra de la que fueron; oficiales mi primo Pepe el de mi tío Nicolás, y peón Miguel Ballesteros. En aquellos tiempos se levantaban las viviendas con la ayuda de los amigos, que nos uníamos los días de las faenas más penosas como eran las de echar el hormigón para los cimientos o el techo. Fue la fórmula para que muchos pudiéramos tener hoy nuestra propia casa. La mí la inauguré en enero de 1976.
En los últimos años ha sido Promeco la empresa que se levantó hasta convertirse en la más importante de estos contornos. Su propietario, Cayetano Mera, ha sabido arriesgar y aprovechar los años dorados de la construcción, aunque ahora, al igual que todas las del país, se encuentre en una situación más difícil. En los mejores tiempos llegó a tener cientos de trabajadores, ampliando su actividad e inversión hasta diferentes pueblos de la provincia y fuera de ella. Con Cayetano me une una buena amistad tras mi paso por la alcaldía cuando me ayudó en muchas ocasiones para que pudiera realizar obras que necesitaba el pueblo y no estaban a mi alcance.
Hoy también quiero resaltar la presencia de la nueva empresa de construcción Franjo, compuesta por varios jóvenes del pueblo entre los que están José Luis Serrano Paz “El Torrija”, Antonio Orellana “El Verde” y Currito Yerga. Tres trabajadores que se unieron y poco a poco con su esfuerzo e ilusión van abriéndose camino en este “mundo”, proporcionando también muchos puestos de trabajo. Se merecen triunfar porque son muy buenas personas, y además excelentes amigos míos.
Fruto de tanta actividad en estos últimos años nació también la de Antonio Andrés Ferrando “El Chiqui”, dedicada a proyectos de electricidad. Otro facinense que ha demostrado su capacidad para triunfar en esta especialidad y al que también tengo mucho que agradecer.
En aquella época en la que los burros y caballos eran el medio utilizado para el transporte y el trabajo, fue muy solicitada la faena del herrador. Éste hombre calzaba las bestias con las herraduras. Todo un ritual y un alarde de artesanía, porque cada pieza debía amoldarse a las características del casco del cuadrúpedo. El “maestro” “tasmiaba” la pezuña y a base de golpear en el yunque con el redoble de su martillo, iba amoldando la herradura. Entretanto, un ayudante o el mismo dueño del mantenían  levantada ligeramente la mano o la pata

Yo solamente he conocido a dos herradores en Facinas, uno se llamaba Isidoro Fernández y el otro era Esteban Gómez, el primero procedía de San Roque y vivió muchos años en este pueblo, la hija Luz era muy amiga de mi tía Ana María y tenia muy buena mano para coser, mientras que el hijo Antonio fue amigo de mi padre y ocupó el puesto de inspector en la empresa de Transportes Comes.           
Esteban era hijo de Facinas, un hombre simpático y famoso en su juventud por su habilidad para tocar la batería o “janbá”. Aunque ambos herradores tenían el negocio situado en partes del pueblo, también acostumbraban a recorrer los campos cuando lo requerían.
No podemos confundir herrador con herrero. El primero ya he dicho que se dedicaba a calzar los caballos, mientras que los herreros eran los que trabajaban la forja del hierro para hacer utensilios o herramientas. Varias familias se dedicaron a ello en Facinas en aquellos años que las labores del campo necesitaba todo este material. Un horno permanentemente encendido y que se avivaba con el aire de unos fuelles de cuero, era la materia que necesitaba el maestro para moldear las piezas. Un trabajo penoso, sobre todo en el verano, ya que el calor que despedía era casi insoportable. Yo recuerdo en Vico a José Manso. También en una casita apartada que hay junto a la carretera cerca del campo de futbol había otra herrería que ahora no recuerdo el nombre del dueño. Creo que después se pasó por donde tiene hoy la tienda Antonia Notario que antes era como un huerto. Cerca de la Rosa, hubo otro herrero que vino de Tarifa, creo que fue el último que se dedicó a ello aquí en Facinas. De su nombre no me acuerdo, pero sí del mote, le decían “Mamela” y era muy popular su “afición” a la bebida    
En aquellos años hubo talabarteros o personas especializadas en confeccionar las monturas y arreos para las bestias. La cantidad de caballos, burros y mulos que se utilizaban para todas las labores y para desplazarse, proporcionaba este trabajo.
Y trabajando con las bestias, no puedo olvidarme de la cantidad de “arrieros” como han pasado por Facinas. La mayoría son hijos del pueblo, pero otros muchos llegaban de otros lugares. El intenso trabajo que proporcionó la leña y la corcha en otros tiempos obligaba a que todos los que se dedicaban a ello tuviera su propia reata de mulos, que a veces eran conducidos por los dueños o por personas contratadas.
Como personas destacadas en estos menesteres recordamos al sordo que trabajó con los Domínguez, a José Jiménez Campos, Pepe el “Jarriero” o” el cordobés” como es cariñosa y popularmente conocido, con sus  hermanos Daniel, Juan, Antonio y en la actualidad con los hijos. A Antonio Aragón Leal con sus hermanos Lorenzo y Manuel, aunque estos dos últimos fueron más conductores de los camiones que poseía su empresa. Muchos otros se me quedarán en la memoria, no es el caso de mi primo Pepe Cabeza, “El Rubio Cabeza” que dedicó toda su vida bregando con los mulos. Su timidez y falta de cultura le hizo refugiarse en este duro trabajo, en el que destacó mientras le acompañó la edad por su fortaleza y resistencia a aquellas faenas tan duras. Siempre le tuve un cariño especial, seguramente por considerarlo una persona inocente y necesitada de calor.
Recordar tantas formas de ganarse la vida que he conocido en nuestro pueblo se me está haciendo más largo de lo esperado, pero no puedo hacer otra cosa que dejarme llevar por aquello que sin esperarlo va acudiendo a mi mente cuando evoco los años que he vivido  y lo que he podido conocer. Y todavía quedan las carnicerías, zapaterías, barberías y bares.
Como un tipo de venta especializada, Facinas ha destacado siempre por tener excelentes carniceros. Yo siempre he conocido a miembros de las mismas familias dedicado a ello. Una, la de Marcial Álvarez Mora, hombre muy dinámico que crió siete hijos entre hembras y varones. De ellos, tres han continuado la tradición, Bernardo en la Costa del Sol, Javier en Tarifa y Gaspar en Facinas. Todos, junto con las hermanas son personas apegadas a nuestro pueblo a pesar de vivir fuera, excepto Gaspar que reside en Facinas. Otro hermano, Marcial, falleció joven viviendo en aquella parte de Málaga Ninguno pierden ocasión para venir y participar en toda la vida de nuestro pueblo. Gente entrañable, simpática, honrada y buenos trabajadores. Gaspar tiene su negocio de carnicería en la Plaza de Abastos.
Otro que continuó la tradición familiar ha sido Manolo Trujillo al que decimos “El Zorro”. Hijo de José, que dedicó a este trabajo toda su vida con un puesto en el mercado cuando estaba en la plaza San Isidro y continuando después en el actual. Con esta dedicación crió José una familia numerosa, cinco hijos, Andrés, actual alcalde del pueblo, Manolo, José Antonio, Juan Carlos y Víctor, y una hija Herminia, todos con el mismo espíritu de trabajo del padre, siendo Manolo el que tomara el testigo como carnicero, comenzando en aquel mismo lugar y trasladándose más tarde a un local que adquirió en la calle Merced, un poco más abajo. Una instalación a la que no le falta un detalle de los exigidos hoy por la ley, aparte de su buen agrado y calidad de los productos que vende.

Hasta hace pocos años estuvo abierta la de Curro Álvarez en la esquina de la calle Constitución, camino de la plaza. Curro fue la demostración de la fuerza y energía humana por su complexión y gestos en la dedicación a esta tarea. En los años que se mataba en el matadero de Facinas era corriente observar cómo cargaba sobre sus hombros un cerdo entero abierto en canal. Hombre que aparentaba ser muy serio, pero que escondía una flema y sentido del humor que sorprendía a la gente. Célebres eran las escenas con Juan Viera y María, su mujer, provocando los celos de ella que la llevaban a lanzarle toda clase de “maldiciones” entre gritos, mientras él impasible aguantaba la risa y continuaba “calentando la olla”.

Llevó arrendado los terrenos del campamento militar cuando ya solamente queda un pequeño destacamento. Allí criaba el ganado que luego sacrificaba, al tiempo que servía de “padre adoptivo” de los jóvenes soldados a los que trataba con todo cariño, muchos lo han recordado después de los años.
El negocio lo atendía con Antonia Quintana, su mujer, y lo compartió durante mucho tiempo con el bar que se comunicaba con la propia carnicería. Allí ponía las mejores tapas de carne que se comían por estos alrededores, muchos venían de pueblos cercanos expresamente a degustarlas. Cuatro hijos del matrimonio; Juani, mi cuñada y sobrina porque se da la circunstancia que mi mujer es hermana de Antonia y Juani está casada con mi hermano Juan Antonio. Antonio Rafael, Mari Luz y Yolanda son los otros hijos, que tienen sus vidas encauzadas en otros pueblos, aunque mantiene el contacto con sus visitas.
No merecía Curro padecer la triste enfermedad de perder la memoria. Es difícil aceptar el grado de deterioro al que se ha reducido su cuerpo después de haberle conocido tan lleno de vitalidad y de buen corazón.        
De otros tiempos recuerdo la carnicería de Antonio Álvarez, “Bragueta” en la Calle Real. Un hombre fuerte y simpático con una mujer cariñosa y amable que se llamaba Gabina, creo que extremeña. Este matrimonio eran los padres de Félix, hombre célebre y familiar en la vida del pueblo que decidió buscar su futuro lejos por el mismo motivo que otros jóvenes de aquellos tiempos; la falta de oportunidades para personas con aspiraciones. Félix consiguió labrarse una buena posición en Tarrasa donde conoció a una Soriana, gran mujer, llamada Joaquina, que ha sido su complemento y con la que ha criado cuatro hijos que son un ejemplo de pasión por este pueblo, al que han considerado suyo desde que tuvieron “uso de razón” a pesar de haber nacido y vivir en tierras catalanas. Félix, ya jubilado, comparte su vida entre ambas poblaciones, pero su corazón sabemos que está aquí en sus raíces, aunque como buena persona sabe agradecer lo que aquella otra tierra le proporcionó. Su cariño y atención por tantos amigos lo demuestra repartiendo cada año una cantidad de lotería del sorteo de Navidad. Siempre destacó su pasión por nuestra Patrona, por las cosas de la iglesia, y también por sus dotes para el cante.
Cuando yo era niño veía a los carniceros llegar con los becerros, cochinos, cabra u otros animales, atados a una soga camino del matadero donde los sacrificaban y luego vendían las carnes y las morcillas que eran elaboradas entre toda la familia. Hoy la carne debe venir de mataderos autorizados, mientras que las morcillas siguen siendo elaboradas de manera artesanal cumpliendo los requisitos sanitarios y manteniendo la fama de calidad que siempre tuvo, tanto las de Gaspar como las de Manolo.
Al hablar de comercios o tipos de trabajo, tengo que hacer referencia también a las zapaterías y barberías, aunque las primeras hayan desaparecido y de las segunda solamente prevalezca la de Fernando Pichardo.
En mi niñez abundaban las zapaterías. Eran lugares emblemáticos donde se unían las labores de confección y reparación de todo tipo de calzado con la tertulia entre los maestros, aprendices y clientes o vecinos que acostumbraban a pasar largas horas entre chistes o intercambios de rumores.
En la primera casa del pueblo estaba la de Cristóbal Rodríguez, cariñosamente conocido por “Monea”, un zapatero de los más finos del pueblo, y una persona con una simpatía y agrado difícil de igualar.           
Muy de lejos recuerdo a uno que le decían “Tocayín” pero no sé a ciencia cierta si fue para Paco Guerrero para quién trabajó. Ésta zapatería era una de las más avanzadas, y se especializó en la fabricación de las botas altas y botos muy típicos en aquellos tiempos. Todo el que podía permitírselo tenía su buen par de aquel calzado, que los había de distintas calidades. Paco Guerrero creo que fue el primero que importó los “cortes” de Valverde del Camino que eran más llamativos, para montarlos aquí. Allí trabajó Juan Muñoz, un magnífico profesional y mejor persona, recuerdo que desde el molino de mi abuelo se veía bajar todos los días a la una de la tarde en punto para comer, siendo una referencia para nosotros dado que nunca se retrasaba ni adelantaba.
De los hijos de Paco fue Antonio el que más se dedicó a este negocio, aunque no con mucho empeño. A Antonio le gustaba algo más el ambiente del campo que también poseía el padre, y disfrutar de la vida dentro de lo mejor que se ofrecía por aquel entonces. Amparado por la buena posición de la familia, siempre fue un ejemplo de hombre refinado que cuidaba la elegancia y el buen gusto. Simpático, agradable, amigo de sus amigos y un personaje querido y respetado en el pueblo. Yo tenía muy buena relación con él, nos apreciábamos bastante y sentí profundamente su muerte en el 2007. Otros hermanos son Currito que ha mantenido su apego al campo, Juanin, ya jubilado de su etapa como comerciante y Pepichi, viuda de Juan Quintana, aquel taxista aficionado al fútbol y ferviente seguidor del Real Madrid.
Manuel Guerrero, “Cuchara”, hermano de Paco también tuvo la suya en la calle Merced, y quizás estuviera trabajando también en la de Paco.      
Otra zapatería clásica fue la de los hermanos Valencia, Alfonso y Antonio, dos hombres que despedían una amabilidad y simpatía dignas de destacar. Al principio estaban en Vico, y luego se trasladaron a la calle Divina Pastora hasta su finalización tras la muerte de ambos. Los hijos de Alfonso son de mi generación y con ellos he tenido muy buena amistad. La mala suerte se llevó a Anita que era muy amiga de mi hermana Isabel y también a Curro siendo ambos jóvenes. Con Curro compartí muchas vivencias, sobre todo como compañeros jugando al fútbol, también como padres al tener hijos de las mismas edades. Antonio Valencia era mutilado de guerra, le faltaba una pierna y tenía una gran cicatriz en la cabeza como “recuerdo” de aquella contienda. Alfonso, el hijo mas chico del primero vive en Facinas dedicado a la construcción como peón y al deporte como “hincha acérrimo” del Barcelona.
Estaban también la de Peinado y Juan Silva, la de Eloy, la de Nicolás Jiménez Álvarez, “Nicolás el zapatero” y la de Jerónimo Ávila, todas en la calle Constitución.  Por último la de Miguel Visuara Castro, también conocido por “Miguel el zapatero”.
En la de Nicolás hice yo mis pinitos como aprendiz. Me metió mi padre con la intención de quitarme de la calle donde lo que hacía era romper los zapatos jugando a la pelota. A mi me fascinaba observar cuando moldeaban o “batían” las piezas que componía el calzado antes de ensamblarla. Lo hacían martilleando el trozo de cuero contra una plancha de hierro que descansaba sobre las piernas del zapatero. Como es lógico esta faena tenía su importancia, había que darle el trato justo a cada pieza.
Cuando yo me vi con aquel delantal blanco como el de los zapateros lo primero que hice fue coger el primer trozo de cuero que había por allí y ponerme a batirlo machaconamente sin parar, y después otro y otros hasta dejarlos totalmente aplastados e inutilizados. Al rato observé cómo Nicolás rebuscaba algo afanosamente por todos los alrededores de la mesa. Cuando alguien le preguntó dijo; “busco unos “contrafuertes”, unas punteras y unas lengüetas que tenía por aquí y no las encuentro”. Yo adiviné enseguida que se trataba de lo que yo había estado machacando y que las dejé irreconocible. Disimuladamente me enrollé el delantal, salí muy despacio y regresé corriendo a mi casa dando fin a mi aventura como aprendiz de zapatero. Pasaron meses sin cruzar por aquella calle temiéndole a Nicolás. 
La de Miguel estaba en la parte baja de la calle Merced, y yo solía ir mucho porque allí trabajaban mis parientes Hilario y Rafael, hijos de un primo de mi padre llamado Gaspar Álvarez Serrano como él. Eran dos jóvenes algo mayores que yo, pero muy agradables, también emigraron a Cataluña junto con otros hermanos. Ambos creo que han muerto.
La mujer de Miguel el zapatero se llamaba Juliana y era también “famosa” en el pueblo por su dedicación a la cría de gallinas y venta de huevos, sin olvidar los pelos blancos siempre revueltos.
Juan Silva y Peinado eran dos personas muy diferentes en la misma zapatería. Los comienzos de Peinado creo que fueron como propietario, trabajando con él el hijo Manolo que después lo hizo con Nicolás.   Juan Silva era serio y formal y el otro más simpático y dicharachero. El primero destacó por su afición a los pájaros teniendo grandes conocimientos en la cría de ellos, también tras su jubilación fabricaba diferentes artilugios o artículos de decoración para la casa.
Uno de los hombres con más estatura del pueblo también se dedicaba a este trabajo, era Eloy Vivas Armenta. En una esquina de la calle Constitución trabajaron con él mi primo Antonio Cabeza “Cabecita” y Francisco Silva, “Paco el cojo”, aunque este último quizás estuviera en otras más.

Mi primo Antonio era un gran zapatero, cuando murió Eloy se trasladó a su casa en la calle Merced. Hermano de “El rubio” y de María Cabeza, fueron tres hijos que perdieron a los padres siendo muy niños, de ahí que sus vidas hayan sido difíciles, especialmente la de los hombres, María se casó y vive dentro de una gran familia. Eloy fue un hombre muy popular en Facinas, el único hijo con su mismo nombre es una persona a la que tengo un cariño muy especial.
Jerónimo Ávila trabajó en los comienzos en la calle Constitución, trasladándose mas tarde a Tahivilla donde buscó mejores posibilidades al existir menos competencia. Otra buena persona que luchó bastante para sacar la familia adelante.
Eran obras de arte los trabajos de zapatería, la maestría con la que utilizaban las agujas para coser a dos manos, hacer los cabos con varios hilos y el “cerote”, la lezna cuya punta la refregaban por el cuero cabelludo antes de cada puntada, los cortes prácticos y certeros con las “chavetas”, la forma de afilarlas continuamente restregándola con la “cháira”, la precisión al clavar los “mojetes” o tachuelas, y tantas cosas más. Y además  todo ello sin perder el hilo de la conversación que nunca faltaba.
De las últimas personas que han mostrado aptitud para este trabajo en estos tiempos cuando ya casi ha desaparecido, han sido Francisco Guerrero, hijo de Currito y nieto de Paco Guerrero, vive en San Fernando, y aunque no sea esa su principal ocupación, se dedica a ello por encargos, especialmente los botos y botas altas tradicionales. También mi hermano Juan Antonio en su finca del Valle montó su zapatería para demostrar su afición y aptitudes para estas labores. Durante un tiempo trabajó con él mi primo “Cabecita”, hasta su muerte. Mi hermano es capaz de hacer cualquier trabajo de los considerados de auténtico artesano y relacionados con el campo, por ello durante un tiempo también se dedicó a herrar bestias. No se ha dedicado a ello profesionalmente, su aventura y pasión es el campo y los animales, y su trabajo oficial es el de Policía Local   
Con las barberías pasaba lo mismo. Era el lugar al que se acudía para pelarse o afeitarse, pero también para participar en las tertulias que se entablaban entre el maestro y el cliente mientras era atendido. Siempre se ha dicho que por las zapaterías y barberías corrían todas las noticias y rumores del pueblo. Parece que al cliente se le suelta la lengua para hacerle mas corta la faena, mientras que el maestro calla, se informa, contesta lo justo, pero atesora toda clase de información.
Es curioso cómo en tiempos donde faltaban los medios económicos, casi todos los vecinos utilizaban las barberías, sentándose cómodamente en un sillón “majestuoso” mientras el maestro le “arreglaba”, y luego a medida que aumentaban las posibilidades cada uno fue aprendiendo a asearse por su cuenta. En realidad ese es el motivo por el que fueran desapareciendo.
Yo he conocido en plena actividad las barberías de Pichardo, la de Quico y la de Antonio Rodríguez Ortega.


 

Hoy solamente queda la del primero atendida por el hijo, siendo comentario del pueblo la incógnita de quién se dedicará a ello tras la desaparición de este tipo de servicio cuando cese Fernando. Este barbero aficionado a la ganadería conserva en su negocio toda la esencia de siempre, aunque más ameno por el buen trato que tiene y la simpatía tan especial que despide. Fernando tiene buenos golpes, conoce las cabezas de todo el pueblo sin distinción de edad, y hasta el carácter de cada uno tras la charla que practica mientras trabaja. Cuando “moceábamos” destacaba por su afición a la música de los conjuntos del momento. Inolvidables recuerdos conservo de las noches cuando nos reuníamos en la farmacia con varios amigos más, entre tertulias o juegos de azar, entre ellos largas partidas de póker con apuestas ridículas que después destinábamos a comprar bebidas.      
Muy vagamente recuerdo la de Pepe Gil en Vista Alegre y la del maestro Gómez aquí por la calle Merced. Este último acostumbraba a ir por el campo atendiendo a su clientela, y aunque de él no me acuerde mucho, sí lo hago de los hijos Chanita e Ignacio que fueron muy amigos míos.
También recuerdo a la mujer, Aurora, como una persona muy cariñosa. El hijo Ignacio, militar ya retirado, vive en Cantabria o Asturias y hace pocos años me visitó cuando yo era alcalde, después de muchos años sin vernos. Chanita se casó con Rogelio Moriche, un linense que llegó a Facinas por ser hermano de Pili, la mujer de Manuel Ruiz Sánchez, maestro en los años sesenta. Rogelio hace muy poco tiempo que ha fallecido, algo que sentí de verdad porque fue un excelente amigo y una persona entrañable para todo el que le conoció.
Yo fui cliente hasta que cerró, de Antonio Rodríguez, al que fui fiel, no habiendo pisado desde entonces ninguna otra barbería, a excepción de un par de veces que iría a la de Pichardo, desde entonces entre mi mujer y las “herramientas” que venden hoy, me he ido apañando, aunque últimamente no sea muy difícil al faltarme casi toda la “pelambrera”.  Recuerdo a Antonio que al terminar de pelarme mientras sacudía el paño siempre exclamaba; “¡Servido!”. Esa expresión la usaba para todos los clientes y era clásica entre los barberos. También era costumbre dirigirse a los barberos llamándoles “maestro”. Antonio se casó con Loli la hija de Ana María Villar, la costurera, y viven en la provincia de Alicante, a donde le llevó su destino buscando mejores perspectivas para la familia. De todos ellos guardo un recuerdo grato y especial por el trato tan agradable que mantuvimos.
Francisco Álvarez Serrano, Quico, tuvo la barbería en la calle Merced, cerca de la plaza San Isidro. Fue un hombre muy formal que murió joven cuando los hijos aún eran chicos. Paco, el mayor continuó con el negocio por un tiempo siendo el lugar de encuentro de muchos jóvenes del pueblo aficionados al fútbol. Al final cerró y se marchó a la Costa del Sol donde ha hecho su vida destacando como un gran profesional en la hostelería. Mantengo estrecha amistad con todos los hermanos a los que aprecio profundamente y admiro la formalidad, inteligencia y capacidad de trabajo que han demostrado todos. Tanto Paco como Antonio, Luisa y Fede forman parte de mi círculo de amistades más cercano. Mención especial merece la madre, Curra, mujer que cargó con la tarea de terminar de criar aquella familia solamente con sus “brazos”. Lo hizo trabajando como limpiadora en el Ayuntamiento hasta su jubilación. Esta mujer que tuvo que hacer frente a tan grande sacrificio ha destacado siempre en el pueblo por su predisposición para ayudar a cualquier vecino. No le importó nunca el tipo de sacrificio ni condición del necesitado, allí estaba Curra con su sonrisa y su disposición. Hoy, ya mayor, continúa con el mismo gesto de amabilidad de siempre.
            Con las barberías creo que he terminado de repasar todas las especialidades o maneras de “ganarse la vida” los vecinos de este pueblo, bien con establecimientos o con su profesión o dedicación, y hasta donde me ha alcanzado la memoria. Antes, en otros apartados ya hablé de los que se relacionaban con labores del campo o forestales.
            Al hilo de estos relatos mío sobre la laboriosidad de los facinenses alguien me dijo; “Quiyo, aquí todo el mundo vendía, entonces ¿quién compraba?”. La respuesta es muy sencilla, este ha sido un pueblo en el que todos han utilizado sus recursos para vivir de su esfuerzo y conocimientos. Un pueblo con fama de trabajador, emprendedor y buscavida, para lo que nunca le importó arriesgarse a buscar allá donde fuera lo que aquí no se podía tener. ¡Qué largo sería citar a tantos como supieron triunfar lejos de Facinas gracias a ese carácter luchador y tenaz que llevamos en la sangre! Y que nadie me lo discuta.  En un próximo capítulo hablaré de los bares.