Recuerdos de mi vieja escuela

RECUERDOS DE MI VIEJA ESCUELA DE VICO

Maestro Francisco Herrera Artacho

Era una calurosa tarde de agosto del ya lejano 1963, cuando procedente de Ceuta, mi querida tierra natal, llegaba a Facinas tras un tortuosa viaje de tres horas en el autobús del Elías desde Algeciras.

Era mi primer destino en la península. Las ilusiones eran las propias de un joven de 24 años que acababa de aprobar las oposiciones y con todas las ganas de comerse el mundo.

Mi destino era la Escuela Unitaria de niños de Vico (niños y niñas estaban separados). La Agrupación Escolar Divina Pastora se ubicaba detrás del Ayuntamiento.

Tuve la enorme suerte de que junto a mí también fueran nombrados otros dos jóvenes compañeros (Rosario de Sola y Manolo Ruiz) con quienes ensamblamos una entrañable amistad y una misma meta: levantar a Facinas del ostracismo cultural que padecía cuando llegamos.

Luego de instalarme en una de las viviendas para maestros, frente al Bar de Juan Gil, encontré un firme pilar de afecto, que ya nunca se perdió en la familia de los hermanos Gil. Más tarde encontré fuertes amistades, como las de Cristóbal Cózar, que aún perdura, y del que recibí su inestimable colaboración para cuantas labores le requerí.

Cuando fui a visitar mi colegio acompañado por el municipal, Juan Moya, con la misma ilusión que un niño en la noche de Reyes, fueron apareciendo ante mí la cruda realidad de la escuela perdida, la escuela abandonada, la escuela rural de los viejos cuentos.

Ya el descenso hasta llegar a Vico era toda una odisea: calles mal empedradas, socavadas por los regueros de agua, barrizales deslizantes hasta doblar la vetusta esquina que me acercaba a la fachada arqueada de mi nuevo colegio. Antes de que el municipal abriese la puerta del aula (la de la izquierda era la de los chicos y a la derecha la de las chicas) nos encontramos sorpresivamente con un asno que solía pernoctar dentro del porche.

Fue la nota pintoresca de una bienvenida no anunciada.

Dentro del aula el aspecto no era muy prometedor: bancas bipersonales desvencijadas, una minúscula mesa para el profesor con un sillón desencolado, una vieja pizarra agrietada por el tiempo, un descolorido mapa de España y un crucifijo desmembrado colgado en el testero de la clase.

Eso era todo el mobiliario del que iba a disponer a partir de entonces.

Se corrió pronto de voz de que un joven maestro había llegado y el aula fue acogiendo al alumnado del entorno que entre expectantes e ilusionados volvían al colegio después de un largo y caluroso verano. Era septiembre.

Si el aspecto paupérrimo del colegio me causó una primera desazón, el ir conviviendo con esos niños tan sencillos, tan afectivos, tan buenas gentes, con unos padres encantadores, dialogantes y cariñosos, me hizo levantar tanto el ánimo que hasta me olvidé de esas dificultosas bajadas hasta Vico dos veces al día, frecuentemente castigado por el levante.

El encuentro con ese envidiable material humano se había convertido en una ilusionante obsesión no ya profesional sino afectiva. Aún siguen en mis recuerdos los apellidos de tan buenos alumnos como los Álvarez, Guerrero, Cabezas, Quero, González, Santos, Valencia... hoy, en la certeza de que se habrán convertido en ejemplares padres de familia y como tales, contarán a sus hijos las viejas vivencias de aquellas vetusta escuela de Vico. Junto a mis compañeros, Manolo Ruiz y Charo de Sola, emprendimos otra nueva tarea educativa, no menos comprometida: acercar los padres a la escuela, responsabilizarlos en la educación de sus hijos y unirlos en la cultura y en el ocio.

Para ello se creó el Club de Padres con ambiciosas pretensiones y realidades. Los sábados solíamos proyectar en una de las aulas habilitadas, películas en blanco y negro para regocijo de padres e hijos.

Se montaron exposiciones y se dieron interesantes conferencias formativas. Tuvo aún mas aceptación popular, si cabe, la instalación de un equipo de megafonía en el colegio Divina Pastora con altavoces en lo alto del ayuntamiento desde el que, cada mañana, yo presagiaba como podía el tiempo climatológico, daba alguna que otra noticia de sociedad o los habituales avisos culturales.

Todo esto contando con el suministro de energía eléctrica que proporcionaba el generador de la panadería de Juan Manga.

Llegué a entusiasmarme tanto con Facinas que después de contraer matrimonio, opté por quedarme aquí durante las vacaciones de verano. Recuerdo los baños de esa maravillosa playa de Casas de Porros a donde acudíamos en autobús.

Mucho más feliz me sentí en aquella ocasión que decidí llevar a un nutrido número de alumnos de todo el pueblo a una Colonia de verano en Cortes de la Fra. Era para la mayoría, la primera vez que salían de Facinas. Fue, sin duda, una experiencia maravillosa.

Así transcurrieron dos años vividos con la intensidad de un trabajo hecho a gusto. ¡Qué viejos recuerdos! ¡Qué tristes añoranzas! Al igual que mi primer amor de adolescente, mi primer destino, Facinas sigue aún vivo en mis recuerdos. No debo ni puedo olvidar que Facinas me enseñó a ser maestro.

Cuando ya estoy en los prolegómenos de la jubilación, se me hace aún más latente aquellos destellos de un trabajo tan gratificante como apasionante.
Hoy ya Facinas cuenta con un digno colegio con buenas instalaciones y mejores profesionales a los que desde estas líneas quiero a la vez felicitarles en el XXV aniversario de su apertura, animarles también a proseguir en esa ardua labor docente que han elegido. Que siempre dejen huellas de su trabajo en sus alumnos, porque recordad que: "Todas las profesiones son necesarias. Algunas, como la nuestra, son imprescindibles"


Francisco Herrera Artacho

Director del CEIP "Maestro Gabriel Arenas". San Roque

Articulo publicado en la Revista FACINÍN Nº 10 que con motivo del XXV aniversario del Nuevo Centro Escolar